Hoy voy a desandar el camino

y lo que pueda decir de mí,

también te pertenece.

Somos polvo de estrellas

mirando siempre a la dimensión equivocada.

Como si de la tierra brotara el hierro que corre en nuestra sangre.

Y cada átomo de nuestros cuerpos, nació de una estrella.

Las flores, los puentes y los automóviles,

comparten los mismos átomos.

Somos el resultado de la fuerza desenfrenada de la materia,

para establecer alianzas, donde impera el reino de lo invisible.

Los mismos átomos que me dieron vida,

fueron usados en la piel de los tiranos,

la pupila del asesino y  las fibras nerviosas del astrónomo.

Mi cerebro y cada molécula de mi corazón

le ha pertenecido a otro hombre.

Y cada hombre tiene su propia deuda con su pasado.

Hoy debo cumplir mi deuda con mi pasado

y hablar sin restricción de lo que más me interesa.

Que se callen los prelados y las iglesias.

 cierren los templos sus puertas, donde aúllan los políticos.

No padezco de miedos, ni fobias

ni practico credos que enturbien mi pensar.

Soy un hombre libre, tanto,

como el primer ladrillo que se planta para erigir un edificio.

No he estado en todos los rincones del mundo

pero conozco todo el mundo desde mi humilde rincón.

El poder de mi pensamiento no necesita de la fuerza bruta

del aire irrumpiendo en el turborreactor.

Llego a lugares que otros no quieren ir.

A la orilla del río donde un niño

perderá la visión por un gusano.

Aspiro la fragancia de la tierra reseca

y siento el olor de la muerte.

En el horizonte las columnas de humo

avisan de otra guerra entre los hombres.

En el cuarto de paredes blanquísimas

otro niño cierra sus ojos por última vez.

El temor a encontrarme con los ojos de su padre

me hace salir volando por la ventana.

He oído como le rezan

y ungen su cuerpo con agua de la pila.

Yo absorbo los átomos del líquido

pero su fragancia es inodora para mí.

Fuera del influjo enervador.

Y así debería ser para todos

bajo la condición que impone

la esencia misma del Universo.

 

En el espejo los ojos de mi padre.

Me complace el peso de su mirada.

La sangre que inunda mis escleróticas,

es la misma sangre de su imagen,

el remolino natural de la moneda al aire.

El vapor de agua en el espejo

proviene de mi aliento y mi misión es no olvidarlo.

Adentro es solo el espectro de la luz,

los fotones incidiendo y regresando hacia mis pupilas.

No hay misterios ni conspiraciones

es solo un rayo de luz entre el cristal y la memoria.

Nunca supimos tanto de la luz como ahora,

ni de las sombras en la vastedad galáctica.

Soy de allá y de aquí en la justa medida

y no necesito de lo invisible

para probar que estoy vivo.

A esa verdad se llega por uno mismo

y no utilizo la vileza de otros

escrita en un libro.

Estoy satisfecho cuando miro a mi padre en el espejo.

Soy el guardián de lo que ahora comparto con ustedes.

Conozco como empieza y termina todo

sin que la mano de Dios este presente.

Setecientos millones de seres miran al cielo y se arrodillan.

Yo tomo una brizna de hierba

la acaricio,  ahí radica mi herencia.

Mis lágrimas inundan su clorofila,

la fábrica diminuta del aire que respiro.

Y soy feliz como un niño

a los inicios del mes de abril.

 

Y cada mes tiene sus propias voces.

Marzo es el mes de mis muertos.

Quisiera poder traducir sus ausencias

sin recurrir a las fallas de la memoria.

Que cada muerte es en sí misma

es el comienzo de otra vida.

No por diseño sino por predisposición.

Y la traición no está presente cuando ocurre

ni la voluntad de algo más grande que nosotros

no existen culpables, ni nadie esta excepto.

Es el orden de las cosas

que el viento arrastra

y de deshojes se alimenta el reino de la muerte.

 

No tengas miedo, estoy contigo

aunque no me veas y creas que estás solo

no muestres ese pasaporte al suicidio.

Duele saber que tu hijo apenas puede decir tu nombre

retuerce sus manos cerca de los oídos.

Y otro sin piernas,  con el labio partido

trata de dormir en el cuarto contiguo

Yo quiero que seas civilizado

y le declares la guerra a la ciega confianza.

Hacina en el sótano de tu casa

las velas de esperma para cuando la noche

te sorprenda sin respuestas.

Y ahora me voy,

a la pradera donde el soldado yace

la lluvia ha comenzado blanquear sus huesos.

 

El presidente de la gran nación

ha vuelto a declarar la guerra contra la miseria.

Tendidos sobre el polvo los soldados

defienden el pecho de las balas.

He estado también allí con ellos.

Me he sentido como un pájaro en un desfile.

Acaso debo decir. Aturdido.

Voy con ellos hasta las casas de barro,

que se erigen en medio de la selva.

Una mujer comienza a parir

en medio de la batalla.

Tomo agua de la charcha

y lavo al recién nacido.

Le corto con mis dientes

la tripa retorcida atada a su madre.

¿Qué significa tener entre las manos un nuevo ser vivo

rodeado de tanta muerte y destrucción?

De rodilla palpo los harapos de la mujer.

Sospecho de algún arma escondida.

 

Todos nacemos en cualquier lugar

de una madre y un padre viene todo esto

que ahora contemplo desnudo frente al espejo.

 Así ha sido siempre.

Del entusiasmo del primer beso, al intercambio celular.

Y un hombre y una mujer improvisan todo

cuando temblorosos se enlazan para acortar la distancia.

Sospecha de aquel que venga con otra historia.

Alguna piedra se esconde entre sus manos.

Acaso una daga, un misil, cualquier instrumento,

para que sigas arrodillado iluso.

Mirando al vacío, a la melodía

de la flauta del encantador de la vida.

 

La música de las herramientas es mi credo.

El albañil toma el barro en sus manos y las ciudades se erigen

y todo lo que de la tierra proviene hoy es su eterno monumento.

La medicina que combate al gusano en el ojo del infante

ha sido obtenida de las luces internas de alguna planta.

El carpintero alisó por horas la madera

de esta silla desde la que te susurro mi propio canto.

La mesa que cobija a mis hijos a la hora de la comida

y el banco donde una muchacha muy triste

llora la ausencia de su amado

condenado a pelear en una guerra contra la miseria.

El doctor inocula al paciente con retazos de enfermedad

hace su cuerpo inmune a la fiebre,

corta el pecho y repara al corazón ahíto de cansancio.

El operario roza las teclas y el milagro se produce

dentro la materia se erige de formas simples a formas más complejas.

El maestro abre un libro e irrumpe con sus palabras

sus ojos muestran las heridas de una noche de sueños,

desgarra las tinieblas, apaga al miedo.

cada hoja del libro encuentra su propio eco.

El ingeniero amansa las aguas del río

la muralla se eleva hasta las nubes

de su vientre brota la energía.

Las ciudades exilian a la noche.

 

Todo lo que poseemos provino del tesón de unas manos

y de la experiencia adquirida en el camino

desde  las cuevas en la piedra

hasta el vértigo de los rascacielos.

Vivo henchido de esa música

y aprovecho cada ocasión para aclamarla.

 

Hoy surcamos los espacios

en objetos que jamás imaginamos

cuando sentados cerca del fuego

bautizábamos a las estrellas de la noche eterna.

Por doquier encontramos agua.

Las lunas y los planetas no son más roca inerte.

Parece ser que los cielos no son el límite de la existencia.

 El  cura del pueblo teme  se descubra su mentira

cuando al terminar la misa cierra las puertas.

 

Sin embargo, esto no es suficiente.

Aun la etiqueta sustituye la piel del bárbaro,

la palabra oculta el poder del olvido.

La paz es una moneda que cambia de bolsillo.

El orden siempre trata de apagar cada voz

porque así, siempre se ha erigido.

Obligar a ciertos valores

que no han conducido a buen destino.

Y de mentir que el amor de un hombre

no basta para detener el hechizo.

 

Haz un espacio en la suma de los días

toma el camino del sur adonde los puentes se erigen

y la mar  trae la nostalgia de las semillas de tu propia tierra.

No le cuentes a los que te rodean

por qué has escogido ese lugar

para beber esa dosis de soledad,

inherente solo a la roca muerta.

Haz de tu tristeza una estrella errante, una cometa henchida sobre el viento

cualquier cosa que convierta tu sombra en una pixelada

en el mapa de los hombres solos.

Y no vayas a donde no te esperan

y no quieras que vengan a ti.

De cada uno y de nosotros

ya hemos escrito,

ateniéndonos al perfecto y lógico orden de las palabras.

 

He usado las palabras más comunes.

Nacen en las ciudades, en los mercados, las escuelas,

acompañan al viento en su caricia eterna.

Son las palabras del banquero, el político y los consejeros

esos maniquíes que merodean robando los sueños.

Los conozco muy bien, he sufrido sus estratagemas,

las mordeduras y los puentes que se hunden.

 

¿Y cómo es que aún estoy vivo

y no he puesto una bala en mi cerebro?

 

Mi propio egoísmo se debate en el último verso.

Busco sin cesar otro ser semejante,

que también haya padecido lo mismo.

Que este remando contra la corriente en otra parte del río.

Ya no me siento repudiado, ni abatido

mi lugar es aquí,

en esta orilla.

Donde los vivos debemos alzar nuestra voz por los muertos.

Tenemos esa deuda pendiente.

¿Quieres unirte a mi canto?

 

 

Eduardo Rene Casanova Ealo

Miami 14 de marzo del 2016