EL ANCIANO Y EL JOVEN.-

Por;  José Ignacio Velasco Montes.

La sigilosa entrada del hierofante no pasa desapercibida para Merib que, semidormido, yace en su camastro. La celda se encuentra obscura y silenciosa. El muchacho entreabre los párpados y, a través de la estrecha hendidura, le contempla avanzar hacia él.

--¿Ha llegado la hora de otra prueba? -inquiere sorprendiéndolo.

--Así es -responde tras un titubeo el recién llegado.--

Como en anteriores pruebas, recorren varias galerías de los subterráneos del templo y en esta ocasión el novicio queda sorprendido por la novedad de su salida al exterior. Cuando Merib siente los dorados rayos del sol sobre su piel, respira profundamente y eleva su vista a un cielo que hace semanas que no ve. Acompañado por el sacerdote recorre la escasa distancia que le separa del jardín anexo al templo y penetra en él con decisión. Altos muros de piedra le rodean y el lugar, apacible y luminoso, es un vivo contraste con la oscuridad y el misterio de su celda. En el centro del jardín hay un irregular estanque, el lago sagrado, que muestra las tranquilas aguas en las que asoman flores de loto, nenúfares y agudos juncos. Docenas de insectos pululan y quedan en equilibrio en cualquier punto que sobresalga del agua. Por fuera del paramento, las siluetas de dos altos Pílonos señalan la entrada al templo.

A sus lados, y superando en muchos codos de altura al resto de las pétreas construcciones, las agujas de una pareja de obeliscos, dedicados al Faraón, se alzan al cielo mostrando el piramidal remate dorado del Benben.

Merib contempla todo con curiosidad. Se adelanta hacia el estanque y descubre al anciano Gran Sacerdote que le espera sentado en un banco. Se acerca a él, le saluda y obedece la señal que éste le hace para que se siente a su lado.

--Mi nombre es Hekepre -le dice el longevo hierofante-- ¿Es tu nombre Merib?--

--Sí, ese es mi nombre y estoy a vuestra disposición, segundo profeta y lector de los libros sagrados.--.

--El hombre forma parte de la naturaleza y es, por tanto, necesario que una de las pruebas de iniciación sea conocer algún misterio de los que encierra ésta. Por una vez no estarás en oscuras celdas, ni escucharás espectrales ruidos, ni tendrás que soportar teatrales efectos de luz. En tu prueba de hoy solamente hablaremos y te mostraré algo que sucede a diario, pero que nadie quiere ver por la escasa dedicación que todos mostramos por las cosas sencillas y los temas naturales.--

Merib asiente y permanece callado mientras el anciano toma un respiro...

--El hombre es un animal ciego, –prosigue-- sólo mira lo que quiere ver y, aun así, no siempre lo logra. Sus sentidos le engañan, porque él quiere ser engañado. Sus pasiones le dominan, y esto hace que sólo pueda ver lo que le es más cómodo. Su egoísmo le crea una barrera en la que se envuelve y con la que cree estar protegido.--

Merib hace un gesto de comprensión y el viejo sacerdote toma aire.

--Mira las flores de loto del estanque, --le dice señalándolas-- son un ejemplo de cómo es la naturaleza del hombre. Las raíces de estas plantas yacen entremezcladas y aferradas al cieno; su tallo sube por el cristal sereno de las aguas; sus hojas se abren en la superficie y la flor sobresale al aire para recibir la gratificante caricia del sol. Así es, también, el hombre que, arraigado en el barro de sus miserias, levanta sus aspiraciones a través de las aguas de la vida y abre la corola de su corazón y de su mente a los rayos de la sabiduría, a los efluvios del espíritu, pero sin querer librarse de la cárcel del cieno de sus pasiones, del barro de su egoísmo.--

--Sí, maestro, le entiendo.--

--No, no lo entiendes. Hacen falta muchos años y mucha paciencia, desilusiones y entrega, para llegar a profundizar y sentirlo como parte de uno mismo. No basta con entender, hace falta ir más allá.--

--Sí, Maestro --acepta Merib tratando de acomodarse a la áspera superficie de granito.

--La naturaleza --prosigue Hekepre-- tiene ejemplos de renuncia heroica, de sublimación del amor, de entrega total. ¿Conoces el misterio de las "Vallisnerias“?

--No, Maestro. Conozco la planta, pero el misterio no. Allí mismo --indica Merib señalando a un punto del estanque -- allí veo varias.

--Veo que eres observador y eres capaz de contemplar algo más que no seas tú mismo. ¿Tienes interés en ver algo que pocos tienen ocasión de admirar en sus vacías vidas?

--Siempre quiero aprender algo nuevo, ver cosas, leer cuanto me sea posible. ¡Enseñádmelo!--

--Te lo mostraré, pero habrás de tener paciencia. Pueden transcurrir horas antes de que ocurra, y lo que es natural no puede ser acelerado.--

--Dispongo de todo el tiempo que haga falta y estoy aprendiendo a esperar. Saber esperar es parte de mi educación, como muy bien sabéis.--

El anciano sonríe ante la sagacidad del joven y prosigue.

--Eso es muy importante. Ya veo que adivináis el trasfondo de algunas cosas y eso significa que piensas. Muchas personas nunca llegan a aprender que hay que saber esperar, que todo llega y que si no lo hace, tampoco importa. ¡Mira! --dice señalando a un punto del lago que se encuentra cercano a donde están.-- Ahí hay una Vallisneria próxima a salir.

Merib asiente con la cabeza mientras mira lo que ocurre dentro del agua. La flor de la planta, que le ha señalado Hekepre, se encuentra todavía a un palmo de la superficie. Su tallo en espiral empieza a desenrollarse y asciende con lentitud hacia la superficie.

--¡Vigílala! --le indica el viejo sacerdote.-- Aunque todavía le falta un poco para llegar a alcanzar el aire; en algún momento de esta calurosa tarde se producirá en ella el misterio del que te he hablado.--

--Sí, maestro, no la perderé de vista.--

Durante un largo rato el anciano y el joven hablan sin cesar. El anciano habla y el joven bebe sus palabras corro si estuviera sediento. Van saltando de un tema a otro mientras la sabiduría de la edad y la experiencia se derraman, cual cascada, sobre la ávida curiosidad del futuro iniciado. Mientras escucha, Merib mantiene una intermitente vigilancia sobre la planta que lentamente asciende hacia la superficie. Cuando al fin la flor rompe el agua y aflora, Merib hace un gesto y se aproxima al borde para verla mejor. La corola, alcanzada su meta, se abre y deja al descubierto el pistilo, el órgano femenino de la reproducción.

--Mira bien --le indica el anciano-- Esa es la flor hembra. Luce todos los atractivos, olores y colores necesarios para atraer a la flor macho. Observa a su lado, debajo del agua. Verás que hay otra flor, diferente, que también asciende desde el fondo: es la flor macho que acude a una cita ancestral. Es el amante, fiel y sacrificado, que llega para el abrazo romántico de la unión que conservará la vida.--

Merib asiente y contempla la segunda flor que, retrasada, trata igualmente de subir a la superficie. Se encuentra a escasa distancia e inmediatamente al lado de la que se esponja bajo la caricia del sol. El muchacho admira la serena belleza de la flor hembra cuya radiante corola oscila levemente con las ondulaciones del agua mientras espera, sin prisas, la llegada del macho fecundador. A su lado, impaciente como siempre lo es el macho en su cometido, la flor asciende desenrollando la larga espiral de su pedúnculo. Atraído sin duda por el mundo de ensueño que, a sus sentidos, le brinda la pareja que tan cerca tiene, se agita convulsa tratando de forzar el encuentro para una unión largo tiempo deseada.

--Sí, Maestro, la veo. Está subiendo para reunirse con la otra.--

--Ven aquí. Siéntate a mi lado y contempla el transcurso del apareamiento.--

Merib obedece y ambos quedan mirando a las dos flores que se acercan por momentos. La flor macho termina de enderezar su tallo y queda detenida a escasos centímetros de la superficie. La distancia entre las dos es mínima, pero la flor macho permanece por debajo del agua y no puede alcanzar a su pareja. Se adivinan sus esfuerzos por conseguirlo y poder tocar los abiertos pétalos, pero su tallo, demasiado corto, no lo permite.

-¿Qué ocurre? ¿Por qué no sigue subiendo? -inquiere Merib.--

--No puede alcanzar a su pareja. Es así de sencillo.--

--¿Y cómo se unen entonces?--

--Espera y lo verás.--

El tiempo discurre lentamente en la tarde de un Egipto caluroso, pleno de sol y azulado cielo. Ambos, anciano y joven, son conscientes del suplicio de las flores; del deseo retenido e imposible; del patético drama que están contemplando.

Súbitamente, una burbuja de aire surge del tallo de la flor macho y el pedúnculo se rompe a ese nivel. La burbuja, una minúscula gota de aire que el macho ha sabido concentrar en un punto, como postrer recurso, le permite soltarse para alcanzar a su enamorada pareja a cambio de morir en el empeño. La flor, liberada de este modo del vástago sustentador que le impedía aflorar a la superficie, alcanza a su dama y por unos instantes ambos se unen en íntimo ósculo de pétalos. En el vibrar de sus liberadas efusiones, en el temblor del contacto, los estambres masculinos estallan en un alarido de dorado polen que, alcanzando el estoma del santuario femenino, penetran por él. La flor hembra, satisfecha, y ya madre, cierra su peristilo y lo enrolla para proteger a su amada carga. Los pétalos lo envuelven y pierde el contacto con la flor macho que aún late cariñosa, aunque moribunda.

El tallo de la flor hembra vuelve a recuperar su forma de espiral y se sumerge. La otra, libre sobre el agua, juguete del viento y de las ondas, se mueve irregularmente por el estanque y fallece en un olvidado rincón, enredada entre los largo, enhiestos y verdes tallos de los impasibles juncos. Mientras, la hembra ha alcanzado el fondo y se recoge para madurar el fruto del efímero, intenso y heroico amor.

Merib, que ha seguido todo el proceso con la apasionada atención del adolescente que penetra en los misterios del sexo, no puede ocultar el entusiasmo de haber podido contemplar el fenómeno y la irritación que siente, inconsciente, contra la naturaleza.

-¿Siempre es así?--

--¿Nunca el macho alcanza a la hembra en igualdad de condiciones y no puede permanecer junto a ella algo más tiempo que esos dolorosos y breves instantes de unión? ¿Es un error de la naturaleza o una crueldad premeditada? –Pregunta Merib entre irritado y sorprendido.--

--No lo sé, --responde el anciano mirándole con intensidad al tiempo que calibra su doble y espontáneo gesto de enfado y admiración—así es y así deberá ser puesto que de esa forma ocurre siempre y ha sido dispuesto. ¿Quién puede saber la respuesta? Yo no la tengo.

--Pero... ¡es injusto!--

--La vida es continuamente injusta; --responde el anciano con una expresión de amargura superada y sabia comprensión en su rostro—la naturaleza no perdona errores y debemos saberlo. Al igual que la Vallisneria macho, la entrega, la heroicidad de cada día puede compensar esos errores y mantener el ciclo de la vida. Nosotros, los iniciados, tú lo serás muy pronto, debemos estar dispuestos a entregar lo mejor de nuestros impulsos por el bien de los demás. ¿Has entendido lo que he querido mostrarte?--

--Lo he comprendido -responde el neófito más tranquilo.

--Sobre justo e injusto debes saber --añade-- que sólo los jóvenes creéis en ese concepto y lo usáis con frecuencia. La justicia es algo intangible, inconsútil y, por tanto, lo que puede ser justo para uno puede ser lo contrario para otro. Como palabra existe, como concepto también, pero en realidad es un frontera donde los límites se encuentran sin definir. Marcha pues a tu celda y medita sobre lo que has visto y su significado de renuncia.--

Merib hace una señal de aquiescencia y camina hacia la salida. Hekepre le contempla sonriente mientras se aleja y traspasa los confines del jardín para penetrar en la oscuridad del templo.

                                                                 F I N

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