¡THALASSA!*

 

 

                         Llegarás primero a las sirenas

                             que encantan a cuantos hombres van a su encuentro.

                                                                                        Homero                         

 

Como un rebaño de olas cabritean

en la blancura de esta página.

Buscan el vaivén de las horas más

 

núbiles de las tres de la mañana.

Suelen esconderse en el vestíbulo

del silencio y nadie las vislumbra.

 

Duermen yermas contigo, aunque nunca

serán tuyas. Al escenario siempre

llevan el mismo papel desde antaño

 

en el poema, que es donde envejecen,

                                                  sin morir.

Se les puede invocar en las puertas

 

 del sueño, memorando antiguos nombres

de náufragos infaustos que playean

entre escombros, quienes buscan un trozo

 

infalible, algún  breve cascajo

de salitre, el ansiado maderamen

de un barco perdido entre la pujanza

 

marítima, sacudiendo inútiles

botellas vacías que hoy repiten

desde la punta de este lápiz: “rilke”,

 

“rilke”, “rilke”, “rilke”, canto augural

de las sirenas cuando así fustigan

sobre los hombres el venal deseo.    

 

Más allá de los párpados sin sueño,

de las horas dulcísimas de un mar

adentro, cuando plañen las marinas

 

valvas todo reflujo bajo el agua,

distante, desde exánimes arenas,

oh, tú, primera de las Afligidas,

 

 en la espiga de las olas cantabas,

y tu deseo estaba en la sal

viva de nuestros íntimos deseos.

 

¡Thalassa!, decías: encrespa la ola

y bate al viento abriendo tiernos brotes

en la rosa náutica. Hace al día

 

más lóbrego, con él endulza el aire

de las ramas altas que anidan pájaros.

Al solaz, “ en la mar en calma y llana”,

 

al pairo el alma, es canto inaudito

que repiten impunemente valvas

olvidadas. Sueño inútil que sube

 

al corazón del náufrago en luna

rala. Es el más antiguo sabor

que tiene la sed de salobres aguas,

 

un pañuelo de viento en el que huye

espantada de sí la lejanía. 

¡Thalassa!, herrumbra todo sendero

 

 secreto de la lluvia, desatando

en vasto mar errátil olas glaucas.

Como latido de aguas zarcas, bruñe

 

con su hechizo todas las nostalgias.

                                           ¡Thalassa!,

es un viento de arena escondido

 

en la camisa de todo  poeta,

la hembra del silencio, sólo huesos

donde plañen ingrávidas sirenas.

 

Vedlas ahora retozar insomnes

bajo el ala más profunda del día.

En esa hora cuando el alcatraz

 

con su negro graffiti comba el cielo.

Escucha lo que trae la mullente

espuma. Tú eres ahora Ulises

 

que retorna a su Ïtaca después

de haber amado a las castas sirenas.

El nacido de vientre que ha oído,

 

sin morir, el canto de Aglaófeme,

la de la voz bella; a Agláope,

de rostro hermoso, y a Imeropa, madre

partenia en culpa por deseo de todos.

 

Escucha a Homero en labios de  Leucosia,

a Ligia, la chillona. Mira grácil

esa “atroz escama de Melusina“.

 

Sobre todo, finge oír la música

de la veneranda Molpe, y guarda

vivo el recuerdo de la doncellez

 

de Parténope, la sutil lascivia

de Pisínoe venciendo al amante.

Acepta grato lo que tenga Redne,

 

y a Teles toma por mujer perfecta.

Como un bautismo asume las palabras

de la calma que es pródiga en Telxiepia.

 

Persuádete de Telxíope, y vuelve

a la abierta memoria de los hombres.

 

¡THALASSA!*

Llegarás primero a las sirenas
que encantan a cuantos hombres van a su encuentro.
Homero

Como un rebaño de olas cabritean
en la blancura de esta página.
Buscan el vaivén de las horas más

núbiles de las tres de la mañana.
Suelen esconderse en el vestíbulo
del silencio y nadie las vislumbra.

Duermen yermas contigo, aunque nunca
serán tuyas. Al escenario siempre
llevan el mismo papel desde antaño

en el poema, que es donde envejecen,
sin morir.
Se les puede invocar en las puertas

del sueño, memorando antiguos nombres
de náufragos infaustos que playean
entre escombros, quienes buscan un trozo

infalible, algún breve cascajo
de salitre, el ansiado maderamen
de un barco perdido entre la pujanza

marítima, sacudiendo inútiles
botellas vacías que hoy repiten
desde la punta de este lápiz: “rilke”,

“rilke”, “rilke”, “rilke”, canto augural
de las sirenas cuando así fustigan
sobre los hombres el venal deseo.

Más allá de los párpados sin sueño,
de las horas dulcísimas de un mar
adentro, cuando plañen las marinas

valvas todo reflujo bajo el agua,
distante, desde exánimes arenas,
oh, tú, primera de las Afligidas,

en la espiga de las olas cantabas,
y tu deseo estaba en la sal
viva de nuestros íntimos deseos.

¡Thalassa!, decías: encrespa la ola
y bate al viento abriendo tiernos brotes
en la rosa náutica. Hace al día

más lóbrego, con él endulza el aire
de las ramas altas que anidan pájaros.
Al solaz, “ en la mar en calma y llana”,

al pairo el alma, es canto inaudito
que repiten impunemente valvas
olvidadas. Sueño inútil que sube

al corazón del náufrago en luna
rala. Es el más antiguo sabor
que tiene la sed de salobres aguas,

un pañuelo de viento en el que huye
espantada de sí la lejanía.
¡Thalassa!, herrumbra todo sendero

secreto de la lluvia, desatando
en vasto mar errátil olas glaucas.
Como latido de aguas zarcas, bruñe

con su hechizo todas las nostalgias.
¡Thalassa!,
es un viento de arena escondido

en la camisa de todo poeta,
la hembra del silencio, sólo huesos
donde plañen ingrávidas sirenas.

Vedlas ahora retozar insomnes
bajo el ala más profunda del día.
En esa hora cuando el alcatraz

con su negro graffiti comba el cielo.
Escucha lo que trae la mullente
espuma. Tú eres ahora Ulises

que retorna a su Ïtaca después
de haber amado a las castas sirenas.
El nacido de vientre que ha oído,

sin morir, el canto de Aglaófeme,
la de la voz bella; a Agláope,
de rostro hermoso, y a Imeropa, madre
partenia en culpa por deseo de todos.

Escucha a Homero en labios de Leucosia,
a Ligia, la chillona. Mira grácil
esa “atroz escama de Melusina“.

Sobre todo, finge oír la música
de la veneranda Molpe, y guarda
vivo el recuerdo de la doncellez

de Parténope, la sutil lascivia
de Pisínoe venciendo al amante.
Acepta grato lo que tenga Redne,

y a Teles toma por mujer perfecta.
Como un bautismo asume las palabras
de la calma que es pródiga en Telxiepia.

Persuádete de Telxíope, y vuelve
a la abierta memoria de los hombres.

ANTONIO LEAL. THALASSA, ED, siglo xxi, México, 2008.

ANTONIO LEAL. THALASSA, ED, siglo xxi, México, 2008.

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