Los humanos somos
tan pequeños e insignificantes
que, cuando presumimos,
nos ponemos en ridículo,
solo nos está permitida la vanidad
en boca de los otros,
piadosas almas que alivian
nuestro agravio con su adulación,
tú eres
una mujer orgullosa y sencilla
incapaz de caer en la flaqueza
de arrogarte una virtud o preocuparte
de lo que los demás digan que vales
y yo ya voy caminando
por ese mismo sendero
y dejando atrás una vida de horror
donde adivinarme la más leve tacha
me llenaba de frustración y angustia,
sin embargo, aún tengo con frecuencia
la tentación de alabarme
porque llevo muy hondo clavada
la espina de mi insuficiencia
y me duele demasiado
como para no procurarme remedios
aunque casi siempre sean
inútiles y perjudiciales,
soy modesto
y detesto la jactancia
pero, a veces, caigo en ella
para calmar mi negro oprobio,
en ti, no soy capaz
de encontrar defecto alguno,
tan solo si te ufanaras, creería
que tus perfecciones eran fingidas,
tus cualidades son tan extremadas
que me sobrepasan el alma
y, al mismo tiempo que te amo,
me asombras y deslumbras,
para mí, eres más que una persona,
te penetra el resplandor
que mana del infinito,
en ti, no tienen efecto
las limitaciones humanas,
mi corazón te siente
inmensa, inconmensurable,
desmedida, inabarcable,
desde que te conozco, también a mí
me haces sentirme así
e intuyo
en mi levedad de llama humilde,
la dignidad de los dioses
siendo el amor mi atributo
y el poder de mi divinidad,
hemos de soportar los hombres
el escarnio de nuestra fragilidad,
somos efímeros e impotentes,
la arrogancia nos aleja
de nuestra ineludible realidad,
nuestra escasez es obvia,
es la verdad que hemos de asumir
pese a las ansias de nuestro orgullo,
nuestro pecho nos encumbra
pero también nos llama a la humildad,
nos pide lealtad a nosotros mismos
pero también resignación y valor
para aceptar nuestros márgenes,
sin embargo, cuando amamos,
se nos abren las puertas
de la libertad y la belleza,
dejamos de ser
una gota en el mar,
manifestamos la hermosura
de un ser único e inefable,
fuente inagotable de placer para el otro
porque su sentimiento ha limpiado su mirada
y contempla nuestra totalidad,
nuestra realidad viva,
nuestra existencia misma
con la claridad de una evidencia,
solo cuando amamos,
sabemos que Dios somos nosotros
y nos despojamos de nuestra finitud
como de una máscara que nos oprime,
ni tú ni yo somos fatuos,
nuestro adentro está desnudo,
no creemos en el estrépito
que el mundo levanta,
el ansia de fama y poder
no roba un segundo de nuestro tiempo
pero, en el silencioso regazo
de nuestras encendidas entrañas,
amándonos tierna y delicadamente,
gozamos de la grandeza
y una suprema gloria nos enaltece.

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