El pasado 29 de noviembre de 2013 asistía en Camon Cigarreras en Alicante a una conferencia impartida por mi compañero Julio Reinares, acerca de la Historia de las Bibliotecas. Hoy y gracias a la información que me ha facilitado Julio puedo compartirla con todos vosotros.

Una biblioteca, utilizando una definición muy general, reúne y organiza un conjunto de materiales diversos para su difusión. Empezando la historia casi por el final, quiero tomar como punto de partida la biblioteca de la Asociación Cultural de la localidad de donde procedo, San Román de Cameros, un pequeño pueblo de apenas cien habitantes enclavado en la montaña riojana. En ella se cumplen casi por completo esos requisitos que recoge la definición: una COLECCIÓN de libros; una ORGANIZACIÓN de los mismos de una manera no normalizada pero efectiva; y la puesta a disposición del USUARIO de esas obras, a la que Nicasio Olmos, el encargado de su atención, dedicó más de 15 años de manera altruista, además de encargarse del registro y ordenación de los ejemplares recibidos por donación. Es sólo un ejemplo más de la importancia que los libros y la cultura representan en nuestra sociedad, y da pie a comenzar esta brevísima historia de las bibliotecas que refleja lo que éstas fueron en sus inicios y en qué punto se encuentran tras más de 5000 años de existencia.

La memoria fue la primera gran biblioteca, el gran contenedor del conocimiento. Esto fue así hasta que llegó un momento en que para determinadas actividades se hizo necesario un método que las hiciera más fácil de recordar, se habían alcanzado los límites de la memoria y se utilizó un medio que la plasmaba físicamente. Nos queda constancia de que esto sucedió por vez primera en Mesopotamia en torno al año 3500 a. C. Allí, entre los ríos Tigris y Eúfrates, se dieron las condiciones para comenzar a vivir en sociedad y se estableció una civilización, la sumeria, y como resultado de ese asentamiento se multiplicaron las actividades agrícolas, ganaderas y comerciales. Los primeros documentos escritos fueron por tanto de carácter contable, para llevar el cómputo de todas esas operaciones. El soporte utilizado, por su abundancia, resistencia y perdurabilidad, fue la arcilla, que adoptó la forma de tabletas. Y para fijar por escrito el contenido se utilizaba una caña con una sección triangular, de modo que al aplicarla sobre la arcilla se trazaban signos en forma de cuña, lo que dio lugar a la denominación de esta primera escritura como cuneiforme. Los primeros signos escritos consistieron en una abstracción de ideogramas o trazos figurativos. Las tabletas de arcilla así escritas se almacenaban en salas, las primeras bibliotecas, aunque más bien podríamos decir que eran archivos, donde se les proporcionaban las condiciones idóneas para su conservación, humedad y temperatura adecuadas, y se organizaban en estanterías o recipientes ateniéndose a su tamaño, incluso identificando su contenido en el lomo.

Más adelante se crearán tabletas e incluso otros soportes (piedras basálticas, metales) con otro tipo de contenido: edictos reales, tratados políticos y comerciales, elencos de reyImrees, códigos legislativos... Las obras de pensamiento y literarias, en cambio, se difundían oralmente, aunque paulatinamente comenzarán a fijarse por escrito conocimientos científicos, normas y rituales religiosos, crónicas históricas e incluso composiciones poéticas.

La civilización egipcia continuó el proceso de adopción de la escritura con sus peculiaridades; utilizaron caracteres  jeroglíficos, signos más figurativos que los cuneiformes, e incorporaron novedades fundamentales: un nuevo soporte, el papiro; un nuevo formato, el rollo o volumen; y un nuevo material para fijar por escrito, las tintas, que se aplicaban por medio del cálamo. Las bibliotecas, allí denominadas Casas de la vida, aparecieron vinculadas a centros de enseñanza en templos.

En Grecia, hacia el siglo VIII a. C., utilizaron un alfabeto propio, derivado del fenicio, y que restringía los caracteres a poco más de veinte, viniendo a simplificar cada vez más la escritura. Hasta entonces la literatura se había transmitido de manera oral, gracias a recitadores profesionales e incluso a través del teatro. Con el alfabeto se fijará por escrito, en rollos. Se emplearán también, con fines de carácter efímero (anotaciones escolares, emisión de votos), otros soportes como las tabletas enceradas o enyesadas y las ostraka (fragmentos de cerámica, conchas de moluscos, etc.). Las bibliotecas eran fundamentalmente de carácter privado, y de nuevo ligadas a centros de enseñanza, como la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles. Son destacables en este mundo heleno grandes bibliotecas como la de Alejandría,  de vital importancia ya que se concibe no como un mero depósito sino como una institución dedicada a la adquisición y copia de obras, y a su organización para una posterior recuperación, aspectos más cercanos a nuestra actual concepción de la biblioteca. Su importancia, que se extenderá casi hasta las postrimerías de la época imperial romana, radicará en la creación de la filología y la crítica textual, que se aplicaron en esa tarea ingente de copiado. También en Pérgamo contaron con una de las más grandes bibliotecas en su tiempo, donde aparte de papiro se utilizó como soporte el pergamino o piel curtida de animales.

En Roma, pueblo caracterizado por el fomento de lo público, la biblioteca también adquirirá esta dimensión; muestra de ello es la biblioteca de Asinio Polión, primera biblioteca pública, que contaba con sendas secciones de obras latinas y griegas. Se establecieron sistemas de préstamo, eso sí, avalados por una fianza económica. Ha de destacarse la proliferación en este período del formato códex, ejemplificado en las tabletas enceradas, conjunto de tablillas unidas por el lomo que configuran lo que en adelante se denominará como códice, formato que ha llegado hasta nuestros días. También abundaron en época romana las bilbliotecas privadas.

Con la caída del Imperio Romano hacia el siglo IV a. C. se inicia el período altomedieval. Todo lo conseguido hasta ahora con la concepción pública de la biblioteca se desvanece, y el libro, la cultura, quedará relegada a monasterios gracias al influjo de la iglesia cristiana.  La concepción de la biblioteca cambia de nuevo, pues ahora el monasterio se convierte en centro de copiado e iluminación de obras, fundamentalmente de carácter religioso, que se ponen a disposición únicamente del clero. Son obras copiadas en códices de pergamino. Ha de señalarse, de todas formas, que también se procedió al copiado de obras de enseñanza y de autores paganos, aunque su finalidad era perfeccionar la expresión y el estilo del copista. Las reglas monacales contemplarán la lectura como uno de sus elementos esenciales, junto con el trabajo y la oración. Es interesante, en el ámbito hispano, la aportación de San Isidoro de Sevilla, que en sus Etimologías expone las características que han de tener las bibliotecas: muros y techos pintados en un verde tenue para descanso de la vista, armarios para colocar los códices, salas de lectura... En cuanto a este último aspecto, se produce un importante cambio: en épocas precedentes la lectura era pública en voz alta, y ahora nos encontramos ante un proceso de lectura introspectiva, silenciosa.

Debe destacarse el papel de la biblioteca en el incipiente mundo islámico, donde adquirieron la denominación de Casas de sabiduría. Anejas también a centros religiosos y educativos, ofrecieron salas de lectura y préstamo de obras, además de un sistema de organización con catálogos y clasificaciones por materias. Ofrecieron obras religiosas y también de contenido científico. Además, ha de reseñarse una gran aportación del mundo musulmán como fue la difusión del uso de la pasta de papel como soporte de escritura.

El movimiento cultural surgido por iniciativa de Carlomagno, conocido como renacimiento carolingio, fue primordial para el desarrollo de grandes bibliotecas monacales como vehículos transmisores de la cultura. Carlomagno puso al frente de su proyecto a Alcuino de York, que pasó a dirigir la Escuela Palatina de Aquisgrán.

Llegados al primer milenio de la era cristiana, ya en el período bajomedieval, dos instituciones van a destacar como albergadoras de la cultura: las catedrales y, derivadas de estas, las universidades. Se crearán así grandes bibliotecas catedralicias, sobre todo en el mundo anglosajón. Ha de señalarse como muestra la Catedral de Durham, en la que sobresale la figura de su obispo Richard de Bury, gran amante del libro como puede constatarse en su obra Philobiblon, en la que además de mostrar su pasión por el libro también ofrece un reglamento de préstamo y cuidado de libros para la biblioteca de la Universidad de Oxford.

El libro pasa en este momento a ser un vehículo de conocimiento, un instrumento de trabajo y consulta. Se produce en torno a él un surgimiento del comercio, plasmado en los estacionarios, que se dedicaban a prestar a los alumnos universitarios partes de obras (pecias) para que estos las copiaran. Con el conjunto de pecias se constituía el exemplar (es decir, el libro completo). En las universidades los libros estaban habitualmente encadenados a la estantería, y en muy contadas ocasiones se prestaban a profesores y alumnos.

También fueron habituales bibliotecas o colecciones reales o al servicio de la aristocracia, en muchos casos más como muestra de alarde de riqueza que como afición a la lectura. No es el caso de ejemplos como las de los reyes castellanos Alfonso X o Sancho IV, o la del Marqués de Santillana.

El Renacimiento, caracterizado por la vuelta a los clásicos grecolatinos, y por el humanismo en contraposición al precedente teocentrismo, significó un gran impulso para las bibliotecas, sobre todo de carácter privado. El bibliotecario adquiere especial relieve al encargarse no solo de la conservación y reposición de libros, sino también del asesoramiento para compras, la dirección de copistas, iluminadores y encuadernadores, y la corrección de las obras.

El gran hito en este momento, mediado el siglo XV, lo va a representar un método de reproducción mediante tipos móviles que supondrá un punto de inflexión en la historia del libro y, por extensión, de las bibliotecas. Se trata de la IMPRENTA. Su invención va a suponer la democratización paulatina de la cultura: gracias a ella crece la producción y comercio de libros, estos se abaratan y se hacen accesibles a más gente, la lectura crece exponencialmente.

Surgen grandes Bibliotecas Reales, precedente de las Bibliotecas Nacionales: Francia, Baviera, Austria, El Escorial. Todas ellas se instalaron en impresionantes edificios, se preocuparon mucho de albergar grandes colecciones de obras manuscritas de gran valor, así como incunables (impresos anteriores a 1501). Ni que decir tiene que su acceso por parte del público estaba restringido. Algunas de ellas recibieron el cometido de recoger un ejemplar de cada obra que se imprimiese, precedente de lo que más tarde vendrá a denominarse Depósito Legal.

Llegado el siglo XVII, nos encontramos ante una época de crisis política, social y económica, pero ante esta deprimente situación se va a producir en lo tocante al mundo bibliotecario el germen de las modernas bibliotecas públicas, a partir de las creadas por hombres generosos que abrieron sus fondos para su consulta. Estamos en un momento en el que comienza a valorarse más el contenido que la apariencia del libro, y se reconoce el interés de las obras más recientes y actualizadas. Surgen así bibliotecas como la Ambrosiana (Milán), o la Biblioteca de Mazarino (París). Destacó en esta última la actividad de su bibliotecario, Gabriel Naudé, que recogió una serie de elementos en cuanto a las características, organización, servicios, horarios y acceso a la biblioteca en su tratado Advis pour dresser une bibliotheque.

El siglo de la Ilustración va a fomentar una secularización de la cultura, proliferando más las obras de pensamiento y de carácter literario. Además los centros intelectuales, anteriormente monasterios y universidades, pararán a serlo ahora academias, salones de nobles, tertulias, cafés... y por supuesto las bibliotecas. Principalmente en el mundo anglosajón aparecen las bibliotecas parroquiales, destinadas a sus fieles pero que también se abrirán a un público laico. Aparecen también las bibliotecas de carácter asociativo, de suscripción, sujetas al pago de una cuota o fianza. Surgen también Bibliotecas Nacionales como el British Museum, la Biblioteca Nacional de Florencia o la Biblioteca Nacional Española.

El siglo XIX arranca con la Revolución Industrial, elemento clave en el impulso tecnológico de la Imprenta. Esto derivará en una mayor producción libraria y en el gran desarrollo de la prensa periódica. Si a ello unimos el crecimiento demográfico y la expansión de la educación obligatoria, con el consiguiente crecimiento del número de lectores, se generan las condiciones adecuadas para la multiplicación de las bibliotecas públicas. Surgen estas en el ámbito anglosajón, a partir de los Mechanics' Institutes, institutos unidos a las fábricas que en sus bibliotecas ofrecían a los obreros fondos especializados. En España ha de destacarse la creación de una red de bibliotecas públicas promocionada por la Ley de Instrucción Pública, así como el impulso de la organización bibliotecaria con la Biblioteca Nacional al frente.

El siglo XX supondrá una mayor extensión de lo que se había gestado en el anterior, y todo ello de la mano de grandes avances tecnológicos. Al libro tradicional se sumarán nuevos soportes y materiales que pasarán a integrar las colecciones de las bibliotecas: fotografías, mapas, planos, grabados, materiales sonoros y audiovisuales magnéticos y ópticos o informáticos (casetes,CD, DVD, discos duros, servidores virtuales...). Junto con las ya extendidas bibliotecas públicas proliferarán de todo tipo: escolares, de hospitales, de prisiones, para ciegos, móviles (bibliobus, biblioburro...), etc. Las Asociaciones Profesionales internacionales (IFLA) y nacionales (ALA, y en España Anabad, Fesabid, etc.) trabajarán por la extensión, mejora y normalización del mundo bibliotecario. Se crearán redes bibliotecarias públicas, universitarias, etc., que van a encontrar un gran impulso gracias a las nuevas tecnologías e Internet. Fundamentalmente Internet permite un nuevo modo de acceso a la información, no lineal como hasta ahora, sino hipertextual. Permite además al usuario actuar de manera remota, crear contenidos, interactuar: bibliotecas y catálogos virtuales, libros hipertextuales, libros interactivos, documentos digitales, redes sociales... La revolución que esto ha ocasionado puede presuponer que hoy día la biblioteca es cada vez menos presencial, todo está alojado en ciber-servidores y el bibliotecario no parece necesario si disponemos de grandes buscadores en la Web. Pero en este comienzo del siglo XXI que estamos viviendo se está fomentando el papel de la biblioteca como lugar de encuentro e interrelación, de dinamización social y cultural, en un mundo cada vez más virtual. El futuro está en nuestras manos...

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Comentario por luz e macias el enero 2, 2014 a las 10:16pm

La historia del libro me ha refrescado estos datos que ya casi había olvidado. He recorrido 5000 años de historia en pocos minutos para terminar en la biblioteca de hoy casi un centro de diversion,  más bien es un centro recreacional virtual porque cada uno de los visitants se aisla del mundo frente a la pantalla y comienza su mundo virtual. Ya son muy pocos los lectores que vemos sentados frente a la mesa leyendo un libro. Soy bibliotecaria y parte de mi trabajo es enseñarle al cliente como bajar un libro en su tableta.

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