Adriana camina por la calle Larralde.

Al ver un cartel de inmobiliaria saca su teléfono rápidamente de la cartera y toma una foto donde sale un número al que pretende consultar.

Va al quiosco “Buena cosecha”, y luego de comprar cigarrillos llama a la inmobiliaria.

Sus ojos brillan y se le dibuja una amplia sonrisa al lograr concretar una cita para el día siguiente.

Puntualmente llega a encontrarse con Sonia, la joven con la que había hablado por teléfono.

Juntas entran al edificio que se encuentra junto a la estación de servicio que está sobre la esquina de la calle Moldes.

Mientras Sonia le muestra el lugar, ella la oye sin escucharla, y recorre el piso.

Se para en el balcón, respira hondo y busca con la mirada en la pared hasta que logra ver unas iniciales muy pequeñas talladas en el borde izquierdo de la misma.

Se tapa la boca, voltea temblorosa y mira hacia la calle mientras una ráfaga de viento le mueve los risos castaños.

Cuatro años antes de ese momento Adriana se encontraba preparando la cena cuando Omar, su marido, llegó riendo y llamándola.

Su hermano Vicente había llegado de Rosario, y tenía pensado quedarse a vivir en Buenos Aires.

Esa noche Adriana se molestó bastante, ya que no esperaba ninguna visita. Omar, ni siquiera lo notó, y se quedó haciendo una larga sobremesa con el visitante cuando ella se fue a dormir refunfuñando.

Vicente iba a verlos casi todos los días, con la ayuda de Omar consiguió rentar un apartamento en Larralde, casi Moldes.

Mandó a hacer tres llaves, le dio una a Omar, otra a su cuñada y la tercera se la quedó él.

Al igual que su hermano mayor, se dedicó de lleno a la albañilería y construcción.

Cuando fue a llevarles las llaves se quedó a cenar, y luego de que Omar se durmiera sobre el sofá, tras una larga tertulia y varias copas de vino, Vicente comenzó a ayudar a su cuñada a ordenar la cocina, entonces le hizo una pregunta que nunca creyó tener que responder

-¿Estás enamorada de mi hermano?

-¡Que cosa más ridícula!- contestó cortante Adriana.

Luego de ese comentario, Vicente solo afirmó con la cabeza y salió de la habitación.

Las visitas del cuñado se hacían cada vez más largas y frecuentes.

Él observaba cada movimiento de la mujer de su hermano, y ella esquivaba sus miradas.

Adriana camina con pasos largos por la vacía habitación blanca que Sonia le muestra cuidadosamente.

Continúa mirando aquella pared con las minúsculas iniciales, mientras cruza los brazos, levanta una mano y se rasca la mejilla.

Omar, una mañana de septiembre le pidió a su mujer que ayudara a Vicente a ordenar su nuevo apartamento, mientras él trabajaba.

Resoplando y con el seño fruncido fue.

Él le abrió la puerta sonriendo juntos pintaron la sala de blanco, y la limpiaron.

-Muchas gracias cuñada- le dijo Vicente, se quitó la camisa y con esta se secó la transpiración de la frente.

-No es nada, creo que por hoy terminamos- comentó ella, y dejó la escoba contra la pared evitando mirarlo.

-¿Quieres tomar algo antes de irte?- preguntó él, Adriana respondió negando con la cabeza.

Cuando ella fue hacia la puerta, Vicente la detuvo tomándole la muñeca. Ella al fin cedió a mirarlo a los ojos y se le entrecortó la respiración

-¿Necesitas algo más?- Exclamó Adriana con la voz más aguda de lo normal

-Si- Respondió Vicente cortante, y suavemente rozó sus labios acariciando los de Adriana, luego ella sin mirarlo, se alejó, tragó saliva, pestañeo fuerte, y se fue

Aquel primer contacto entre ellos fue solo el principio.

Vicente hallaba cualquier excusa para decirle a la mujer de su hermano que la necesitaba para algo: Poner plantas en el balcón, aprender una receta de cocina, o ayudarlo a barnizar un mueble, por ejemplo.

Por varias semanas ella lo trató distante, simplemente le daba una mano en lo que le pedía, y se iba a su casa.

Un sábado a la tarde fue a ayudarle a colgar unos estantes de madera, luego de dejarlo todo listo, Adriana, como siempre, trató de irse a penas saludándolo, pero Vicente no se resignaba.

Si bien su relación con Omar era cada vez más fría y monótona, y el interés por Vicente crecía a cada momento, ella hizo su último intento de resistencia, pero él le jaló con fuerza el brazo, la pegó a su cuerpo, y tras sentir sus labios casi pegados, y la agitada respiración de Adriana que le miraba la boca entreabierta, la besó apasionadamente.

La tomó de la cintura, y sin dejar de besarla la llevó hacia un sofá de cuero que había en medio de la sala.

Le besó el mentón, el cuello, los labios, y los pechos, mientras ella suspiraba y se mordía los labios.

Le quitó el vestido, y mirando sus pequeños ojos color café se quito la camisa.

Se aproximó nuevamente, y le mordió a penas el cuello mientras le apretaba las muñecas por encima de la cabeza de Adriana. De repente ella escuchó un sonido en la puerta, trató de detenerlo, le gritó que parara repetidas veces, pero Vicente la ignoró.

Omar abrió la puerta, llevaba unas bolsas con frutas, verduras, y carne, las dejó caer al suelo y de un golpe sacó a Vicente de encima de su mujer. Ella tomó su vestido, corrió hacia la puerta, y luego volteó a mirar.

Omar siguió golpeando a Vicente en el suelo hasta que perdió la conciencia.

Adriana viéndolo, con los puños ensangrentados y el rostro empapado en sudor se quedó temblorosa aún sosteniendo su ropa. Omar fue hacia ella y la abrazo

-Tranquila mi amor, escuché todo, decías que parara, sé que te quiso forzar- Dijo casi en susurros Omar. Ella inexpresiva lo miró a los ojos un instante, y luego pensó que la mejor opción era darle la razón, así que lo abrazó, y se puso a llorar.

Omar intentó calmarla con caricias en el cabello, besos en los párpados, y abrazos.

Luego ambos fueron donde Vicente. Omar puso el oído en el pecho de su hermano, y subió sus ojos hacia Adriana que seguía mirándolo temblorosa, con la cara empapada y apretando su vestido contra ella.

-¿Qué pasa?- preguntó Adriana, sintiendo una presión en el estómago.

-No escucho nada- respondió él con la voz temblorosa.

Le tomó el pulso, intentó revivirlo soplando dentro de su boca, también juntando ambas manos sobre el corazón de Vicente y presionándolo, pero no hubo reacciones.

Allí lo dejaron, juntaron las bolsas del supermercado, y se fueron.

No podían conciliar el sueño, entonces decidieron llevar algunos artículos del trabajo de Omar al apartamento.

Clavaron pedazos de cuerdas en la pared sosteniendo así las muñecas, el cuello y los tobillos del cuerpo inerte de Vicente.

Hicieron otra pared de yeso sobre el cuerpo, y unos días después otra más sobre la segunda dejándolo totalmente tapado.

Ambos limpiaron la casa muy minuciosamente, y antes de irse, cuando aún el yeso de la última capa estaba fresco Adriana tomó una pequeña cuchara, y talló con unas letras difíciles de divisar por su ínfimo tamaño:”V.T”, las iniciales de su cuñado

-Ya que no tiene una lápida…- le explicó a su marido que la veía con el entrecejo fruncido mientras ella lo hacía.

Volvieron a su casa, y días después hicieron la denuncia por la desaparición de Vicente, pero nunca lo pudieron encontrar.

Hoy Adriana observa esa pared mientras Sonia continúa intentando hacer la venta.

-La voy a estar llamando, me interesa mucho la propiedad- Miente Adriana.

Vuelve a su casa y se sienta tras un suspiro mirando a la nada.

-¿Te pasó algo mi amor?- preguntó Omar entrando a la sala

-No, solo fui a ver a Vicente.

-¿A Vicente?- agregó casi en susurros sentándose junto a ella.

– Si, Ahí está, como siempre, donde lo dejamos.

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(Cuento seleccionado para ser publicado en la página Argentina: Palermomio.com.ar)

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