Nada es lo que parece, todos de una u otra forma, enmascaramos nuestra auténtica realidad para convivir entre los demás de la manera que nos resulte más cómoda.

Comprendo perfectamente que tan rotunda afirmación, me la puede negar toda persona sensata que tenga a bien leer estos cuatro renglones que tan sólo escribo con la intención de a ver si así puedo llegar a entender de una vez por todas, el por qué seguimos manteniendo la farsa en nuestras vidas. También comprendo que una vez leído esto se llegue a pensar que es una auténtica barbaridad.

Pero no, no es tan sencillo, ¿Que más quisiéramos!. La cosa se nos complica nada más empezar. Cuando nacemos, depende del lugar y de la forma de ser, pensar y obrar que tengan nuestros creadores ya empezamos con la guerra de los colores, los más clásicos, lo tienen pronto decidido:

- niño color azul

- niña color rosa

pero eso no es lo malo, lo que realmente empieza a confundirnos son ls  indecisos. Esos a lo que, en el fondo,  les gustan
los colores clásicos. Pero no lo recoocerían publicamente jamás.

Ante tan gran duda, da comienzo el terrible camino de la confusión que nos lleva, con los años, a la farsa, me explico, como es natural hay que preparale la canastilla al futuro bebé y, ahí, justo en ese momento, empiezan a guiarnos por la senda en la que de adultos viviremos siempre. Empieza la hazaña de la búsqueda de los colores adecuados. Obviamente se recurre de primeras a  los blancos, en sus diversas tonalidades, sí, sí, diversas. No como antes, que el blanco de los colores no lo usábamos para nada,  porque no se veía nada. Pues ya no, ahora el blanco tiene variedad de tonos.

Otros van a por el amarillo, pero, cuidado, este color es muy peligroso, porque no le sienta bien a todo el mundo, si el futuro ser humano es muy blanco, pues cómo que va a parecer una margarita, si es muy moreno, cantara mucho y ni pensar en que pueda ser pelirrojo, que aquí se rompen los esquemas. Con lo que posiblemente al pobre recien nacido pueden perfectamente vestirlo con los colores del equipo de fútbol favorito de los progenitores. Hay equipos que tira que te vas pero, seamos sinceros, ver a una criaturita vestida de verde y rojo o de negro y amarillo, como si fuera un táxi de Barcelona, o de cualquier otra combinación futbolísta-colorista, pues da un poco de ripio.

Claro que eso también tiene ventajas, bueno, ventaja, una sola. Cuando los familiares van a la pecera, perdón, perdón, nursería para conocer al nuevo miembro de la familia, lo distinguen rapidamente de entre tantos como hay allí y que, misteriosamente, parecen todos iguales.

Como al principio decía, si nada más nacer se crea en nuestra impoluta mente tal confusión colorista, a mí no hay quien me convenza de que la cosa de entrada, sencilla, sencilla, pues no lo es

Después vienen los juguetes, ¡Ah! esos maravillosos juguetes inventados para que los recien nacidos jueguen y empiecen a desarr0llar su intelecto. Los hay de todas las formas, maneras, tamaños y colores que imaginar se pueda.
Lo malo del asunto es que, la mayoría de ellos, lo único que producen es miedo al bebñe y dolor de cabeza a los padres. Cosa más que comprensible.  Porque, vamos a ver, si a cualquiera de nosotros, nos ponen un trapo de un verde guisante subido, con unos manchurrrones de tropecientos colores y sólo con intentar acercar el dedo a una mancha nos suelta un timbrazo taladrador de tímpanos, apretamos a correr y  no nos pillan hasta la parada más próxima del Metro, ¿Tengo raón o no tengo razón.

¿Qué pasa? pues que el bebé primero, no tiene ni idea de lo que es el Metro, segundo que no sabe andar y tercero que ni tiene ni nadie la va a dar dinero para el billete, por lo que atacan con su única arma. Los alaridos, que no, no son alaridos, dicen los amantes padres a los generosos regalantes, les dicen  que la criatura  tiene gases, o incluso peor,  intentan convencerse y convencer a los demás de que ha reconocido el juguete, ¡El despertador!.

¡Por favor! Si en ese momento la criaturita supiera el papel que va a desempeñar semejante artefacto en su vida dentro de unos años, le partía la cabeza con él al primero que se le acercara.

No, no es tan sencillo vivir sin ser algo farsante.  Poco a poco y, si es que os interesan mis teorías, iré desgranando los motivos y causas que nos llevan a comportarnos así en nuestro día a día,

Dannu
Octubre 2011 - Lleida