Gonzalo quería a Fátima, eso era una evidencia, era un sentimiento tan natural que no le daba ni siquiera importancia. No se lo decía nunca a ella. Al contrario, solo le hablaba de los planes que tenía de futuro. Hablar de amor le producía pudor, sentía que era cosa de chicas. Prefería darle vueltas en su pensamiento a la empresa que añoraba fundar cuando tuviera algo más de dinero que a un sentimiento que le incomodaba porque no sabía cómo expresarlo ni lo que era. Pero tan literalmente hizo del amor algo irrelevante que, cuando su tío de Florida le ofreció un empleo de importancia en la empresa que tenía en aquel estado, pidió a Fátima que no le olvidara mientras él hacía el suficiente dinero en EE.UU. Con él fundaría un negocio a su vuelta a España y, cuando fuera verdaderamente rico, contraerían matrimonio y tendrían hijos que estudiarían en los mejores centros de enseñanza de Europa o América.
     Fátima sentía que Gonzalo no la quería lo suficiente y, por ello, su afecto por él también flaqueaba, de modo que mostró su disconformidad con los deseos de Gonzalo y le puso en la disyuntiva de elegir entre el trabajo en Florida y ella pues no creía en la constancia del amor de Gonzalo una vez que lo separaran de ella miles de kilómetros y muchos meses o años de ausencia.
     Gonzalo no esperaba este contratiempo y, cuando vio, tras muchas discusiones y ruegos, que era imposible hacerla cambiar de opinión, un pundonoroso despecho unido a la despreocupada ligereza propia de la juventud le hizo renunciar al amor del ser por el que más afecto sentía en el mundo, la única mujer que podría haberle dado la felicidad.
     Su vida en adelante fue el de un acelerado ascenso en su nivel económico. Como si, definitivamente, ya no le importara otra cosa que los planes de futuro, respiraba solo para llegar más lejos cada vez. Fundó su añorada empresa y la hizo crecer con su talento práctico. Fue extendiendo su radio de acción por toda la provincia y luego por toda la comunidad y finalmente se transformó en una empresa de ámbito nacional.
     Su corazón ya estaba muerto; su esposa, con la que se había casado en su etapa de América, apenas le transmitía una emoción más honda que la de los electrodomésticos de casa. Por eso, no vivía para otra cosa que su trabajo, su excitante carrera hacia los astros del poder económico.
     Su esposa, sin haberle dado hijos, le pidió el divorcio al mismo tiempo que su empresa se convertía en una marca internacional. Con un orgullo cada vez más exacerbado porque sus logros empresariales entraban en conflicto con un corazón, en realidad, humillado, que detestaba a aquellos otros capaces de sentir, se empeñó en litigar duramente contra su ex; y mientras esto ocurría, el odio colmaba sus venas frente a la imagen no solo de una esposa que era ya toda una extraña sino de toda esa gente de la calle que tenía suerte de estar libre de la corrupción en la que su espíritu se desintegraba, inocentes corderillos que no tenían en sus manos la dura y sucia encomienda de mantener en pie la economía.
     Las mujeres empezaron a parecerle auténticos juguetes de su sarcástica frialdad y acabó utilizando prostitutas de alto nivel para practicar un galanteo burdamente cínico porque, sus afectos, envueltos en la corteza del escepticismo y el desprecio a los sentimientos, dormían una muerte grotesca, hundidos en la profundidad de su pecho.
     Su talento le llevaba cada vez más lejos y era lo único en lo que creía hallar un poco de felicidad: la promesa del mañana, el un poco más que hoy, la dorada meta que siempre se estaba moviendo de sitio, como el horizonte cuando se avanza hacia él a través de un estéril desierto. Era su modo de vivir la esperanza, su único instrumento para dotar de sentido a su vida pues sus sentimientos, el auténtico vínculo con el palpitar de la existencia, estaban agostados.
     Gonzalo acabó por situarse al umbral del grupo de privilegio que decide el rumbo del mundo con despotismo, estupidez e imprudencia manifiestos. Asistía a recepciones de embajadas y a cenas donde comenzaba a pedírsele adhesión a causas grotescas por las que nunca había sentido interés pero que, de pronto, se veía apoyando con beligerancia por el juego de intereses en que estaba envuelta su actividad económica.
     Pero un día, de regreso de un viaje a Londres del que había vuelto con la sensación viva de que se estaba tramando, en secreto, un golpe de estado en un país tercermundista con un previsible y espantoso baño de sangre y dolor, el destino, que nos gobierna desde el corazón y busca nuestra felicidad más allá de la obcecación de nuestra mente, permitió a Gonzalo encontrarse con Fátima en el aeropuerto. Su antigua amada manifestaba el peso de los años pero a Gonzalo le estremeció la sensación de reencontrarse con algo mucho tiempo dormido en su interior. Ella no lo vio o no lo conoció y pasó de largo. Pero en el interior de Gonzalo comenzaron a rebullir las tristezas de la nostalgia y el dolor por toda esa luz que se había perdido para su vida. Recordó entonces el amor que sentía por aquella chica, aquel amor tan natural que no hacía falta ni expresarlo con palabras y, a su manera, lloró, sin lágrimas, sin sollozos, pero su corazón hizo un desesperado duelo.
     Pidió que se investigara el paradero de Fátima; quería hablar con ella, decirle que aún la quería, que era la única mujer a la que había amado en su vida. Encontraron su dirección. Le dijeron que se alojaba en un hotel y su chófer le condujo hasta allí. Al encontrarla de nuevo, su estómago volvió a sentir el escalofrío y el encogimiento del temor y el deseo. Ella, de súbito, no lo reconoció pero nada más oírle hablar, asombrada, le cogió las manos. Era una mujer casada pero lo que tuvo con Gonzalo había sido tan puro, a fin de cuentas, que al reencontrarse con él resurgió en su corazón sin remordimiento alguno el afecto que había sentido por él hacía tantísimos años.
     Cuando Gonzalo explicó su vida, Fátima le dijo que era esposa de un importante miembro del gobierno de cierto país del Tercer Mundo. Gonzalo, al oír el nombre del país, sintió una alegría inmensa en su interior, que estaba reviviendo, retornando al mundo, no por otra cosa que porque el destino ponía en su mano la posibilidad de hacer el bien a la única mujer que había habitado alguna vez su corazón y que volvía a entrar en él para insuflarle nueva vida y salvar el alma de Gonzalo. Rápidamente, le dijo que la seguía queriendo con todo su corazón pero que deseaba ante todo su felicidad, que lo tuviera en cuenta cuando le dijera lo que iba a decirle a continuación...
     Gonzalo observó satisfecho por televisión la noticia donde hablaban de la detención de dos americanos y de varios políticos de la oposición en un país africano. De ese modo, se abortaba un golpe de estado de signo dictatorial que habría llevado a esa nación a una guerra. Lo estaba celebrando con una botella de cava al mismo tiempo que chateaba con Fátima por internet, que le hablaba desde aquel país.
     -Fátima, tú eres el ángel que ha salvado mi alma -decía en un mensaje a su antigua novia-. Te sigo queriendo, Fátima, solo tú despiertas mi corazón, es fabuloso. El amor que siento por ti es mi guía para conducirme por el mundo. Aunque no te tenga, aunque estés lejos de mi, has logrado que recuerde quién soy.
     -Me alegro mucho, Gonzalo -respondió Fátima-. Considérame tu amiga para toda la vida.
     -Fátima, voy a utilizar mi potencial económico no para seguir creciendo sino para erradicar la pobreza en el mundo -escribió Gonzalo-. Es imposible amarte como te amo y actuar con crueldad con los otros seres humanos...
     -¡Gonzalo, cómo has cambiado! -dijo Fátima-. Antes nunca hablabas de amor.
     -Era inmaduro y no daba valor a lo que me entregaba la naturaleza porque lo hacía a manos llenas, creí que los dones de la vida eran inagotables -dijo Gonzalo.
     -No son inagotables pero sí nos dejan una gran saciedad cuando somos conscientes de su importancia -dijo Fátima.
     -Fátima -escribió entonces Gonzalo-, ¿no hay posibilidad alguna de que pidas el divorcio? ¿No estás siquiera un poco descontenta con tu marido?
     Pero, mientras Fátima dudaba con la respuesta, Gonzalo comenzó a sentir la misma desazón que sentía cada vez que necesitaba hacer crecer su empresa un poco más y, arrepentido de haber hecho la pregunta, sintió, de pronto, cómo su alma se entregaba a todo el inmenso afecto que aquella mujer le inspiraba y hacía de él una razón suficiente para vivir. Entonces, le escribió:
     -No respondas, mi corazón ya ha contestado.

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