'Bullet train', cuando Brad Pitt se hizo 'meme' de sí mismo

'Bullet train', cuando Brad Pitt se hizo 'meme' de sí mismo

David Leitch parodia todas las virtudes del actor en una película tan entregada al duro cometido de parecer graciosa e inteligente que despista más que entretiene.

Falta hielo y eso es precisamente lo que trae Brad Pitt en 'Bullet train' en calidad de, en efecto, lo más 'cool' del verano. De éste y de, probablemente, todos los que vendrán. 'Cool', como saben, hace referencia tanto a lo frío como a lo que atrae, lo que gusta o, como se decía antes en el Carabanchel de antes, lo que mola. Lo fetén, con perdón.

Pero nótese que una no tan sutil diferencia separa lo que gusta de lo que, por insistir en un término en lamentable desuso, lo que mola. Lo primero pertenece al ámbito exclusivo de la esfera privada. Gusta lo que gusta. Y ya. Lo segundo, en cambio, pertenece a la esfera compartida del 'like', de lo público. Lo 'cool', para situarnos, como lo que mola, no es tanto lo que gusta como lo que gusta que los demás sepan que gusta. Pausa.

Entre lo uno y lo otro, por no marearse en tanto giro autorrecursivo estúpido, existe la misma distancia que entre un retrato y un 'selfie' (Si quisiéremos subir el nivel de la conversación, la diferencia es la que media entre 'El hombre d la mano en el pecho' y 'Las Meninas': Velázquez pintando que pinta es el que mola).

En el primero, el retrato, sale un señor en posición forzadamente relajada (tieso como un palo) delante de la catedral de Burgos; en el segundo, el 'selfie', se ve ese mismo señor sonriente con una gorra ladeada, su brazo cortado por el encuadre que esconde la mano que sujeta el 'smartphone' y, detrás, el acantilado por el que está a punto de despeñarse. Lo que importa no es tanto el retrato en sí como el retrato en el momento de ser retratado. Lo primero es un momento anónimo de la vida, lo segundo un instante de la existencia. Lo primero es lo que es, lo segundo es lo que es cuando es. Es decir, mola, es 'cool'. Y así. Así de así.

'Bullet train', para situarnos, es, en efecto, una película 'cool' dirigida por uno de los directores más forzadamente 'cool' del panorama cinematográfico (el 'cool' y el otro) y protagonizada por -y aquí ya no hay dudas- el animal más molón del planeta. El primero se llama David Leitch y en su haber figuran ejercicios de funambulismo digno del Carabanchel de antes como 'John Wick', 'Atómica', Deadpool' o la penúltima entrega de 'Fast & Furious' (y esto sí es puro Carabanchel). Todas ellas son películas para ser contempladas sin mirar del todo a la pantalla. El juego de referencias cruzadas, chistes privados y guiños a la audiencia están ahí para que uno salga del cine convencido de que es aún más listo de lo que su madre piensa (que ya es). La verdad es que cuando acierta no tiene rival en su muy estudiado papel de macarra con estudios. El problema es cuando se pasa de frenada. Es ahí cuando se precipita por el acantilado del párrafo de arriba.

Y luego está Brad Pitt. Brad Pitt no es un actor. Lo parece, se comporta como tal y gana más dinero que nadie merced a sus interpretaciones, pero, en realidad y un poco como todas las estrellas, es en verdad un actor que actúa como nadie en su eterno papel de Brad Pitt. La profesión de Pitt es ser Pitt. Entiéndase, no es que esté encasillado, sino simplemente que haga lo que haga de lo que hace realmente es de Brad Pitt.

Es un 'selfie' eterno de sí mismo. Piensen por ejemplo en Robert de Niro. Él es justo contrario. En cada papel que interpreta desaparece para convertirse únicamente en el personaje por el que cobra. Otros actores (se me viene a la memoria el más grande de todos: Marlon Brando), en cambio, hagan lo que hagan son siempre ellos mismos. El coronel Kurtz es, en verdad, Marlon. Con Pitt pasa lo mismo y, que quede claro, eso no es malo. Sus 58 años perfectos y perfectamente conservados en formol han hecho de él el actor más reconocible de todos. Infinitamente 'cool'.

Bien es cierto que esto da pie a equívocos. Durante mucho tiempo se le menospreció a pesar de que sus trabajos como el histérico Mills ('Seven'), el histérico Jeffrey Goines ('12 monos') o el histérico Tyler Durden ('El club de la lucha') elevaron las respectivas producciones al nivel del paroxismo. Paroxismo nunca suficientemente reconocido, pero paroxismo al fin.

Luego, y probablemente a partir de Rusty Ryan ('Ocean's Eleven'), Pitt empezó a sentirse bien en el papel eterno de Pitt. Su papel de Aquiles en 'Troya' o sus actuaciones definitivas en 'El curioso caso de Benjamin Button', 'El árbol de la vida', 'Moneyball', 'Mátalos suavemente', 'Érase una vez en Hollywood' o, y sobre todo, 'Ad Astra'hicieron el resto. Pitt quitándose la camiseta mientras repara la antena en la última de Tarantino se antoja la mejor definición de un actor que le grita a la audiencia desde la pantalla su nombre. Deletreado.

Llegados a este punto, alguien debió pensar que era buena idea unir 'cool' con 'cool'. Molón con molón. Carabanchel con el Viso. Leitch con Pitt. ¿Qué puede fallar? El problema es, por volver al hielo y a lo 'cool', una cuestión de química. Como sabrán, el agua al congelarse aumenta su volumen, se expande. De ahí que las prisas por enfriar la cerveza (que algo de agua tiene) acaben siempre en drama. En 'Bullet train' sucede algo parecido. Y literalmente estalla. Demasiadas bromas, demasiado rápido... pero, sobre todo y lo peor, demasiado demasiados plenamente conscientes de ser 'demasié' (también esto se usaba en Carabanchel).

Se cuenta la historia de cinco asesinos a sueldo todos dentro de un tren bala que viaja de Tokio a Kyoto. Cada uno va a lo suyo hasta que descubren que todos van a lo mismo: matarse unos a otros. Pero no un poco, que diría Gila, sino mucho. La película navega de adelante a atrás y, al revés, del pasado al futuro; en cámara lenta y en cámara superrápida. Los que parecen buenos son malos, los que podrían tener gracia en verdad resultan patéticos y los tristes antes que dar pena dan mucho que pensar.

Leitch maneja a Pitt como una herramienta para demostrarnos lo bien que queda Pitt en sus fotos (no las de Pitt, atentos, sino las de Leitch). Y Pitt maneja a Leitch para dejar claro que nadie como Pitt para hacer de Pitt. Ni retrato ni 'selfie', puro 'meme' exageradamente 'cool'. Se acabaron los cubitos, queda Pitt.

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