raton

Hoy me quedé sin gasolina a diez metros de llegar a la estación. Los empleados me empujaron y ¡listo! ¿Eso es mala o buena suerte? Yo creo que lo segundo. Pero esto de quedarme sin gasolina me recordó una anécdota que nos sucedió en la autopista rumbo a Guadalajara. Les cuento:

Salimos de noche porque a mi marido le encantan las películas de terror (no encuentro otra explicación). Eso sí, muy previsor él, iba rellenando el tanque de gasolina en cada estación aunque todavía le quedara suficiente para llegar a la siguiente. No obstante, de la 1 a.m. que llenó el tanque por última vez hasta que se prendió el foquito amarillo del tablero que indica que está a punto de terminarse el combustible, no encontramos una sola gasolinera abierta. Y eso sucedió precisamente al cruzar el estado de Michoacán.

Como era de esperarse, mi hígado empezó a pasar aceite y mis neuronas a carburar, por lo que en cuestión de minutos me transformé en la versión más odiosa de esposa: “¡Te lo dije! ¡Te lo dije! ¡Te lo dije!… que éstas no son horas de andar en carretera ¡con tres mujeres! Nos quedaremos varados en esta soledad oscura y van a asaltarnos…, y luego llegará un comando de la Familia Michoacana y va a violar a mis pobres hijas…, después te van a secuestrar a ti, pero te lo mereces y ¡no voy a dar un quinto de rescate!”

Cuarenta y cinco minutos después, en la que según mis cálculos sería la última caseta de cobro antes de morir -esas sí permanecen abiertas y cobrando toda la noche-, el cobrador nos informó que la gasolinera abierta más cercana estaba en La Piedad. ¡Sí!,
La Piedad, ahí donde los cárteles de la droga mataron en dos meses a dos presidentes municipales y los “Caballeros Templarios” se pelean el territorio con la “Familia Michoacana”.

Eso implicaba salir de la autopista y tomar una desviación de varios kilómetros. Pero seguir hacia Guadalajara significaba quedar tirados en la autopista sin remedio, así que tomamos la opción 'menos peor' entre las malas. El camino a La Piedad estaba oscuro como boca de lobo y ni la luna se asomó por ahí. No había acotamiento en la carretera y la maleza se comía las orillas del camino que, por cierto, sólo tenía un carril por sentido.

Divisamos un primer letrero que decía “Zona Ecológica Protegida”. En realidad estaba desprotegida, yo no me chupo el dedo, seguro pusieron ese anuncio por no decir “aquí no hay ni Dios…” Fue entonces que mi desbordada imaginación comenzó a traicionarme y una vocecilla en mi cabeza lanzó la sentencia: “Se nos va a acabar la gasolina. No hay ni espacio adonde orillarse para evitar que el primer camión de redilas que pase se nos estampe por detrás, de modo que cuando nos quedemos parados por falta de combustible, habrá que dejar encendidas las intermitentes. Pero de ahí a que salga el sol se acabará la batería y entonces sí, pasará un camión de redilas que no advertirá nuestra presencia hasta que sea demasiado tarde y se nos estampará por atrás… Si no se acaba la batería, pasará una pickup llena de narcos que nos descubrirán gracias a las malditas intermitentes y… (va de nuevo la retahíla) ¡Te lo dije! ¡Te lo dije! ¡Te lo dije!… que éstas no son horas de andar en carretera ¡con tres mujeres! Nos quedaremos varados en esta soledad oscura y van a asaltarnos… y luego llegará un comando de la Familia Michoacana y va a violar a mis pobres hijas…, después te van a secuestrar a ti, pero te lo mereces y ¡no voy a dar un quinto de rescate!…”

Mis hijas y mi marido ya no sabían cómo callarme. De pronto alcanzamos a ver un tenue resplandor a lo lejos. Mi marido dijo que eso no era La Piedad, pero insistí en que nos desviáramos hacia allá confiando en encontrar algún humano caritativo. Cómo olvidar el nombre del caserío: El Pandillo ¡Muy ad hoc! y ni un alma. Sólo un perro escuálido, aunque con la suerte que llevábamos, mejor nos alejamos de él.

Observamos un segundo resplandor algunos kilómetros más adelante. Temiendo que el olor del combustible se terminara de una buena vez en medio de la nada, me empeñé en probar suerte en el que resultó un conjunto habitacional de tres chozas de madera llamado El Purgatorio. “Maravilloso, ¡seguro sigue El Infierno!… “¡TE LO DIJE!… ¡TE LO DIJE!…”. Ni un alma en pena hayamos en El Purgatorio, de modo que tuvimos que continuar. Yo pienso que ya ni gasolina teníamos y un ejército de ángeles de la guarda nos iba empujando.

Cuando apareció a lo lejos un tercer resplandor, los otros tres pasajeros se alzaron en armas, pero “mi” razón se impuso y con tal de no oírme, mi marido se enfiló por la vereda de tierra y lodo. Cuando mis hijas vieron el letrero del pueblo exclamaron: “Miren, al menos este pueblo tiene un nombre más bonito: Cerezo.”

“¡Ups! No es Cerezo, ¡sino C.E.R.E.S.O! (Centro de Readaptación Social)… “¡TE LO DIJEEEE!… Mira adónde nos has traído, ¡a la mismísima cárcel!”.

Dadas las circunstancias, consideré que era más seguro pasar la noche en la penitenciaría que fuera de ella. Estaba resuelta a bajarme del coche para pedir posada cuando un par de perros salieron de la nada y se me fueron encima. Alcancé a cerrar la puerta de golpe, aunque abrí un poco la ventana cuando detrás de las fieras apareció un par de custodios que parecían la versión michoacana de 'el Gordo y el Flaco'. Resultado fallido. No pudieron ayudarnos ni nos permitieron estacionar para pasar la noche en la camioneta lo que quedaba de noche.

¡Al fin llegamos! O bien la corte celestial nos escoltó hasta La Piedad o el foquito de la gasolina estaba fallando, ya que verdaderamente fue increíble recorrer tantos kilómetros a partir de que éste encendió. 

Después de llenar el tanque y darle gracias a la Virgencita de Guadalupe, deshicimos lo andado hasta la autopista y nos enfilamos a nuestro destino final. Dado que sentí el ambiente un poco enrarecido y hostil, opté por la prudencia y guardé silencio durante un rato que se me hizo largo.

Por fin llegamos a Guadalajara y, claro, ahí ya sólo fue cosa de encontrar el hotel después de zascandilear durante más de media hora por las avenidas desiertas, ¿por qué no? Fue el colmo que en una ciudad tan grande no pudiéramos hallar un solo cristiano que nos indicara cómo llegar, porque a todos los tapatíos se les ocurrió estar dormidos a las cuatro de la mañana.

De toda experiencia puede sacarse una moraleja. Yo de esta saqué cuatro:

  • Si viajas de noche, viaja en avión.
  • Si viajas en coche, viaja de día.
  • Si viajas en coche de noche, manda a tu esposa en avión.
  • De preferencia, viaja sin marido.

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