..................................................INCESTO   FRAGMENTO DE LA NOVELA

Ahí estaba Lucina, según eso, la hermana mayor.            

            Una mujer que en cuanto se le observaba más detenidamente, desde luego se captaba, cuánto  sufrimiento habría pasado. Esa mujer no reía.   Al contrario, aún en los momentos que se calificarían de felices, presentaba una melancolía imposible de describir.

            Algo muy grave debió haber ocurrido con ella, puesto lucía pliegues tan hondos, que quedaron  grabados en forma de profundas arrugas, las cuales por aparecer en su cara, denunciaban claramente ser huella, de haber padecido sufrimientos inauditos.

            Sólo ella podría decir qué tanto hubiera sufrido.   Seguramente los pasaría, pues era evidente, cuánta tristeza traía reflejada en su cara.  Nadie sabía qué papel realmente jugaría en aquella familia, la cual a juicio de más de alguna, entre quienes nunca falta que analicen  la gente cuando recién la conocen, aparecía demasiado  extraña.

            Para empezar, por su aspecto alguien podría preguntar qué fuera…   Imposible saberlo.

            Ella igual que las demás, tampoco hablaba con nadie, así la duda persistía. Entre mujeres se preguntaban… ¿Qué sería…?   ¿Una señora…?   ¿O todavía sería señorita…?  

            En efecto, su rostro acusaba siempre un profundo abatimiento, reflejando una angustia inusitada, traducida en el amplio surco del entrecejo, el cual traía siempre fruncido, gracias el cual, otras arrugas habían quedado marcadas, en una cara que tal vez jamás hubiera conocido el beneficio de una crema, que regenerara un poco las células dañadas de la piel. 

            La diferencia en edades entre esta mujer y las demás hermanas, era abismal, totalmente  visible, sin necesidad de hacer mucha disquisición.  Según se apreciaba, ella era quien más ayudaba.    Por lo visto, posiblemente era más tomada en cuenta que las demás.  

            Luego posiblemente seguía Juliana, de la cual no se sabía, si sus facciones fueran esas,  o las penas la hubieran hecho aparecer tan grande de edad como se veía. Estaba más en la cuenta de su hermana Lucina, no de las demás, que aparecían muy pequeñas.

            Seguían otras mujercitas, todas visiblemente chicas. Evidente había gran diferencia con la edad de las dos hermanas grandes.   Esa diferencia de edades por ser evidente, llamaba mucho la atención de cuantas vecinas  en el pueblo. No hallaban qué pensar sobre ellas.   Ah, porque las que seguían, daban la apariencia de ser toda una generación distinta.  Eso desconcertaba

            ¿Acaso no dijera Candelaria, que todas eran sus hijas…?

            Viéndolas bien, entre todas las más chicas  destacaba María, la única que en su aspecto, se veía luciendo buena lozanía, algo que las otras no tenían. Aunque fuera chica, ella no tenía lacras.

            Era como una flor campestre, pues lucía estar ya por entrar en la etapa de ir penetrando en los albores de lo que más tarde, tal vez la convertiría en toda una belleza campirana, que con su salvaje beldad, le haría aparecer intrigante. Era evidente la diferencia con las demás hermanitas.  

            Al parecer, a pesar el sufrimiento por el que pasaban todas, ella en concreto, era la única que no había perdido la frescura, que en toda mujer joven se presenta, cuando apenas despunta. Estaba  lista para entrar a esa etapa, en la cual toda fémina luce una hermosura por sí misma, en su aspecto y figura, la cual se presenta, justo antes de comenzar adquirir, lo que será la legítima madurez de lo que es la plenitud  femenina, que en general todas califican como embarnecer.   Por eso siempre se dice, que todas las jovencitas son bellas.

            Más de alguna afirma, quizás no tengan belleza, pero si tienen juventud, lucirán siempre hermosas.  

            A estas tres que se podrían calificar como las hermanas más grandes,  seguían Berta y Patricia, quienes al parecer, disputaban el cuestionable honor de tener en apariencia una edad indefinida. Demasiado chicas y sin embargo, dañadas por estar eclipsadas.   

            Diferencia bien visible y muy distinta, de como se veían las mencionadas anteriormente, aunque no quedara claro por qué, si eran hermanas, en su aspecto presentaban una carita arrugada. Conste,  no ajada por la edad, sino por haber así nacido.

            Eso a pesar haber dicho Candelaria, que  no eran mucho más chicas a la edad que tenía María.

            Ya se entiende, que ninguna evidenciaba la figura trágica que presentaban las mayores, principalmente  Lucina y Juliana, cuyo sufrimiento evidente,  debía provenir de un origen distinto.

            Estas chiquitinas al parecer, sufrían de huesos frágiles, si bien se movían con ligereza, pero era claro, estas dos últimas, sufrían más de alguna lacra, la cual les hacía ver peor, a como en realidad estaban.

            Finalmente estaba el que se calificaría  grupito de las más pequeñas.

            En este apartado se contaban, Guillermina, Laura y Rosa, cuyas edades, a quien quisiera imaginar para determinarla, simplemente no  encuadrarían con la edad con que se veía cada una de las demás, dado estas tres, prácticamente  se pudiera suponer, hubieran sido apenas destetadas, dado lo delgaditas como se presentaban, corriendo de aquí para allá, pero con una evidente desnutrición.

            Alguien hubiera dicho, estaban en puros huesos.     Y para acabar de amolar a las pobres, las tres habían salido cuchas.    Esto traducido,  quiere decir, contaban con labio leporino.

            Al parecer Guillermina tendría conforme creciera, cuello alado, un síntoma externo que daba sospechar, en su interior habría alguna deficiencia genética heredada.  

            Era obvio, sólo con verlas, que de todas, estas tres, entre las mujercitas estaban poco menos que destinadas a sufrir una baja calidad de vida.   Aunque como buenas criaturas jugaban entre ellas.

             Pero muy evidente que descartando a Rosa, en las otras dos, los pasos aún al caminar no eran tan firmes, dado acusaban una singular cojera bastante pronunciada, que les hacía renguear, balanceando el cuerpo, cuando pretendían mover  rápidamente.  

            Por último encontraba una pequeña.

            Su nombre era Albertina, una bebecita todavía de brazos,  la cual María siempre cargaba.  Tal vez lo hiciera por haber quedado encargada de ser ella, quien viera continuamente por la criatura, para solventar las necesidades y requerimientos de esa niña en concreto.

            En ella igual se veía, lo que la gente llama cara de luna.

            Según todas las mujeres en ese pueblo sabían, que tal niña habría nacido eclipsada.  Y como en estos casos se acostumbra, achacaban a la luna, el haber resultado  malformada.

            Esas eran las que constituían la población femenina de esa familia.

            Niñas, la mayoría a simple vista, marcadas de por vida, con la huella del desaliento instalado de antaño, que tanto golpea a quien nada tiene y poco espera mejorar en la vida.

            Ahí andaba reunido todo el grupito.

            Todas obedeciendo las órdenes perentorias de Silverio, quien detentaba una autoridad absoluta sobre ellas, por ser quien ordenaba, que debían permanecer reunidas, sin importar estuviesen hacinadas, en ese cuarto mal oliente, ilusionando al saber, que tal vez pronto se convertiría en realidad, lo prometido por el señor de la casa, de pronto pasar a vivir donde aseguraba, haber ya comprado un lote de terreno, a modo esperaba sólo juntar algún dinero, para trasladar a todos, a quedar en una ciudad.

            Y qué bueno, pues así por fin descansarían, sin más tener qué andar del tingo al tango, pues como bien aseguraba,  ahí vivirían mejor.

            Tantas ilusiones como se hicieron, pensando siempre, que pronto contarían con un sitio, donde construirían una casita que fuera la suya, sin importar lo esmirriada que estuviera.

            A su manera, cada una soñaba con ser libre, y como buenas mujercitas, a pesar estar conscientes de contar con un pasado que callaban, parte por vergüenza, parte por no incurrir en las penalidades que sin duda  recibirían, caso siquiera insinuar algo diferente a lo que siempre habían admitido, ilusionaban con imaginar que si pudieran, ya estando por allá, tal vez encontrarían alguien con quién casar. Y si eso no fuera posible, aunque fuera quién las sacara del dominio férreo que les aplastaba, llevándolas con ellos,  aunque fuera en plan de arrejuntadas.   

            En tanto, las normas que dictaba el hombre, eran estrictas.  Más bien,  totalitarias, como cualquiera las calificaría.

            Siempre deberían andar juntas, nunca separar del grupo, para lo cual, había instruido a Candelaria, de jamás dar permiso de separar a ninguna, del grupo donde siempre debían estar sin apartarse.

            Igualmente todas ellas en general, nunca debían platicar con gente extraña, la pena era aparte los palos que recibirían, quedar sin disfrutar alimento durante varios días, en mayor o menor profusión, de conformidad con la falta.  Era algo que causaba dolores inauditos, obligando agenciarse algo, aunque fuera recogido en la basura, cosa ocasionaba unas disenterías tremendas, de las cuales se compondrían, pero dejaban agotada,  a quien eso hiciera.   Por tanto mantener la disciplina era indispensable, pues de por sí, el alimento escaseaba y eso de estar  ayunando…, como que a ninguna atraía.

            Así estaba clara la regla, sería solamente  la madre quien podía hablar, y eso fijando muy bien lo que dijera…  ¿Las demás…?     ¡Nada de nada…!  Aunque en ello  les fuera la vida… 

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Ah…, porque su vida según el Padre, se cifraba en colaborar con él.

            Había aprendido que por eso las había traído al mundo y alimentado por tantos años, cuanto sabía, que serían ellas quienes luego le dieran frutos, traducido en hijos,  para hacer más grande una familia, que de por sí ya era bastante numerosa…

            Ejemplo lo tenía con sus hermanas, quienes a diario repetían lo mismo,

Su única función en la vida, era parir y estar cuidando los nietos del Padre, que ellas mismas habían parido.

            Por tanto, repetían que debían estar siempre en ese hogar, sin importar fuera donde la miseria obligaba no a soñar, sino a ser práctica.

            Vaya si siempre supo que ella, por el simple hecho de haber nacido mujer, estaba destinada a dar descendencia al Padre.

            Igual como las demás hembras en la familia, que desde siempre vivían  juntas, en lo que llamaban el hogar.  

            Ahí estaban Lucina y Juliana, sus hermanas.

            Ellas  bien como habían contribuido,  dando para entonces, varios nietos al Padre.  Pensaba ingenuamente, fuera por eso, que el progenitor las amaba infinitamente más que a ella, a quien muchas veces rechazaba. 

            Eso hacía daño. Pensaba que todo fuera, porque no había logrado salir preñada, para estar como se lo habían enseñado, entregando al Padre  un nuevo nieto suyo, pero ahora concebido en su  propio vientre. 

            Un nieto parido por ella, lo cual todavía no se daba.

            A pesar, cuántas veces había llegado a estar con ella, cuando la había usado, para al terminar repetir de nuevo, lo que estaba esperando de parte suya, pues siempre, mientras se vestía después de utilizarla, lo había escuchado decir  esperanzado…  

            -  A ver si en esta ocasión, por fin  hayas quedado embarazada…

            Hasta antes de conocer a Matías, reconocía ése  era su único anhelo.

            Pero… Su naturaleza no había cooperado para cumplir lo que sentía fuera su obligación.  Entonces… Vaya si conocía cuál sería el futuro que le esperaría...        En cambio después de conocerlo,  ahora se decía a sí misma.

            -  Después de todo, lo bueno fue que se presentara él como hombre.

             Como también era de agradecer, que hasta ese día no hubiera salido encinta del Padre. Así, si llegaban entenderse, posiblemente, ya no la obligarían a dar nietos a su progenitor, porque se los daría, pero en otra forma, dado Matías era un hombre…  

            A pregunta expresa respondió, que honestamente ella sí se los hubiera querido dar, por saber que una vez diera al menos un nietecito, obtendría un nuevo status en la familia, pasando a colocarse a la par con sus hermanas mayores, quienes competían en traer cuantos más hijos pudieran, para complacer al Padre, por colaborar con él,  en eso de parirle nietos, para como Silverio decía, llegar a ser una familia más numerosa, digna de ser alabada y respetada por el mundo entero.

            Explicó, que tales pensamientos eran compartidos por todas las hijas, puesto desde chicas supieron a qué venían al mundo.

            La máxima repetitiva siempre era…

            ¡Si se nació mujer, fue para reproducirse, colaborando así, en incrementar la familia, dando gusto al progenitor que esperaba llegar a ser un verdadero Patriarca…!  Vaya si la frase la  sabía de memoria, pues tantas veces se la habían repetido.

            Comentó, cómo por luchas no había quedado.

            Pero nada…, su regla no bajaba y sin ella al parecer, no podría embarazarse.  Contó que hasta aceptó todos los remedios que las mujeres en la casa  le iban dando…  

             Por más tomó cuantas hierbitas Candelaria le preparaba, dizque  para componer su panza, esperando así lograra  funcionar de mujer…

            Pero…  la verdad era, que  la menstruación no se quería  presentar.

            Eso a todas las hembras de la casa preocupaba…

            A ella le hacía preguntarse…  ¿No habría nacido jorra…?  

            Como dicen son las mulas, que no pueden tener hijos, aunque el caballo las esté montando…

            Preocupaba a decir basta, cuando veía cómo  pasaban los días y ella no se embarazaba, y menos concebía el nieto que su Padre  tanto buscaba.  

            No era un secreto. Éste igual como ella, lo sabía, fruncía el ceño y lo intentaba nuevamente, pero bien temía,  que cualquier día irritado,  la fuera repudiar aún peor, a lo que ya iba viendo cómo la iba relegando, y si no se preñara, pasaría que en un futuro bastante próximo, se convertiría únicamente en la sirvienta de las demás hermanas.

            Eso francamente para nada atraía.

            Desde niña una y otra vez, en todos lados donde habían vivido, había hecho cuanto esfuerzo estuvo a su alcance, tratando encontrar alguna solución para quitar lo que llamaba su infertilidad.

            Con decir, hasta había tomado agua sulfurosa, de esa que espontáneamente brota de la tierra, y aunque tiene un sabor nada agradable, por lo menos bebió varias botellas, pensando con eso resolver su problema, dado dicen esa agua, por ser de un manantial milagroso, cura todas las dolencias.

            Muy cierto, a ella nada le dolía, su problema era querer embarazarse a toda costa. Y si bien  ninguna de la familia se explicaba por qué, que ni la regla le bajaba era la pura verdad.   Por luchas no pararon.

            Vaya si había sido utilizada como mujer, recibiendo al Padre en su intimidad  muchas veces. Ya comenzaba a notar, que por no haber dado fruto, las demás mujeres, aún las más chicas, que no sabían de qué se trataba, pero escuchaban a las demás hablar, por ser todas de la misma familia, simplemente como que… ya la veían menos.

            Eso le hacía sentir mal.  

            Qué diferencia, pues si ella no daba fruto, en cambio las hermanas mayores ya tenían varios hijos, todos nietos de su Padre.

             En cambio ella,  solamente cargaba con Albertina, quien no era hija suya, aunque hubiera querido lo fuera, para así entrar a participar en las decisiones que se tomaban, cuando el Padre  estando de buenas,  llegaba con algo especial, lo cual daba únicamente a las mujeres que ya le habían dado hijos. Era entonces, cuando recalcaba, fijando la mirada en ella, que se apurara, pues no era posible hubiera una hija suya,  que no lograra quedar embarazada… 

            Era entonces cuando llegaba al grado de hacerla sentir mal, al  llamar y acariciar los otros hijos, por saber que también eran sus nietos.  

            Dolía en cambio a ella, pues como solamente era hija, y no había colaborado en agrandar la familia, al no  haber dado ningún nieto, no podía arrimar con el Padre un hijo propio, para ver lo acariciara,  por saberlo también su nieto.

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