De mis padres recibí al mismo tiempo
estímulos para la inmoralidad
y un sentido de la culpa que preservó
el bien en mi corazón,
alentaron en mí el desprecio hacia los seres débiles o diferentes
censurando en mí todo aparente indicio de decadencia
pero nunca me permitieron la presunción
porque en mí era una señal que les delataba
cierta peligrosa falta de sinceridad conmigo mismo,
en la escuela, tuve un amigo muy simpático y divertido
pero al que le gustaba hacer todo eso que hacen las niñas,
mis padres me compraron una cartera nueva
al iniciar el quinto curso
que se llevaba a la espalda y dejaba libres las manos,
volviendo una tarde a casa, avanzábamos los dos
agarrados con los brazos en el hombro,
como van los niños que son muy amigos,
él, sobre su bicicleta en la que llevaba a su hermana pequeña
y yo, a pie, permitiendo el equilibrio de su vehículo
con el punto de apoyo de mi cuerpo,
cuando llegamos al lugar en que nuestros caminos se separaban,
sintiendo que debía dejar claro que mi afectuoso gesto
no tenía relación con nefandos intereses sexuales,
no tuve un modo más sutil de darlo a entender
que hacerle volcar en su bicicleta
porque pareciera que el placer de su cuerpo
y un cuidado demasiado tierno de su bienestar
no eran condiciones de nuestro afecto,
su hermanita se hizo daño y echó a correr hacia adelante
al mismo tiempo que lloraba desconsoladamente,
tan graciosamente que nos hizo reír
y hasta ella estaba muerta de risa cuando paró de correr,
sentí que todo estaba bien y otro día lo volví a hacer
traicionando esta vez a mi amigo,
que no quería que ocurriera de nuevo
y la niña lloró por el daño que se había hecho,
esta vez sin mezclar su llanto con la risa,
mis padres vieron lo que hice desde lejos
y me avergonzaron con su amonestación
asegurándome que yo me había permitido tan arrogante acción
por lo superior que me creía siendo dueño
de una cartera que deja libres las dos manos,
el sentimiento de no haber hecho algo bueno,
que ya había asomado en mi corazón,
tomó trascendencia y gravedad con aquella crítica tan dura
porque me acusaban de una vanagloria ruin que me engañaba
acerca de mi dignidad y la dignidad de mis acciones,
no dejé de concluir en mi examen de conciencia
que era muy probable que tal vanagloria me hubiera poseído
y que mi valor real ahora era más pequeño
que el del último niño que lleva en la mano su cartera
y que estaba en el mismo grupo de los que no valen nada
porque toda su honradez
es una ilusión que se cree verdadera
por una enorme falta de inteligencia,
toda mi vida he sentido la inferioridad
como una terrible culpa que cargaba mi conciencia
y al mismo tiempo mi sentido moral me ha impedido
creer un bien verdadero
lo que no tiene cualquier otro ser humano,
mis padres no liberaron mi espíritu
de tan dolorosa contradicción
porque ellos no renunciaban al privilegio
y sin aceptar mi superioridad, me la exigían
pero tú no me quieres por prevalencia alguna
ni crees tampoco en un bien que separe a los hombres,
me quieres por mí mismo, por lo que soy en lo más hondo,
sin que mi apariencia haya sido nunca
motivo suficiente para que me condenes.

©Luis Rafael García Lorente