A Susana Escarabajal Magaña

      Dos estudiantes estaban desayunando en un café. Uno de ellos había acabado de desayunar. Estaba apoyado sobre la mesa y casi no miraba al otro a la cara. Sin embargo sus palabras manifestaban la viveza de sus sentimientos.

     -Valle-Inclán me apasiona -decía con entusiasmo-. Sus obras son de una belleza maravillosa. Tirano Banderas es sublime y Las Sonatas son absolutamente deliciosas. Para mi gusto es el genio español del siglo XX.

     Pero el otro, con tono desganado, respondió:

     -Es un escritor muy bueno, sí, pero como tantos otros en la historia. Unos son mejores que otros pero todo está dentro de lo más normal y comprensible. Escribir es un oficio más.

     El admirador de Valle-Inclán sintió una repentina tristeza ante la tibieza con que el otro juzgaba a su ídolo sintiendo que se ponía en duda que el escritor y dramaturgo gallego mereciera aquella devoción que tanto le había hecho gozar. Pero, intentando rescatar la alegría que le había hecho nacer su desayuno de las garras del desencanto, volvió a la carga desde otro frente.

     -Baroja es increíblemente entretenido -dijo-, me he leído más de veinte novelas suyas. Lo paso fenomenal con sus historias...

     -¿Sí? Pero si la mayoría de las páginas están en blanco -dijo el otro-. Yo no lo soporto, sus manías me ponen de los nervios.

     Una punzada de desolación atravesó el estómago del estudiante al que le gustaba Baroja. Confiaba más en los juicios de su compañero porque sacaba mejores notas y aquel que hacía ahora sobre el novelista que adoraba le desanimó hondamente. Pero por no perder del todo el bienestar que le había dejado el café con leche prosiguió con su mismo tono entusiasta:

     -A quien no soporto yo es a Azorín. ¡Qué aburridos y lentos son sus libros!

     -Bueno... -dijo el otro-. No se le debe pedir mucho a un escritor. Es un ser humano. Con sus defectos como todos nosotros. Azorín, a su manera, es un gran literato e intelectual. No lo menosprecies solo porque comete errores.

     El enemigo de Azorín se deprimió con estas palabras. ¿De modo que el arte no podía aspirar a la belleza máxima y los seres humanos eran criaturas tan limitadas que decir "es un ser humano" equivalía a sugerir defectos e imperfecciones? Él confiaba demasiado en los juicios de su compañero como para escapar a su red de desengaño y atonía. Toda la felicidad que tenía se esfumó. Sintió que no se podía creer en nada verdaderamente apasionante. Hasta las mujeres dejaron de parecerle tan bonitas como lo creía hasta entonces. El mundo era un lugar para vegetar y aburrirse. Vio en la mesa vecina a alguien bebiendo cerveza y se le ocurrió que sería una buena idea emborracharse esa noche para combatir su tristeza. Por seguir hablando y vencer la angustia que lo estaba invadiendo, preguntó a continuación:

     -¿Y tu padre cómo ha quedado de la operación? ¿Está recuperado?

     -No -dijo el otro-. Lo enterramos ayer.

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