Hace solo unos días, en mi habitual paseo vespertino por el centro de la ciudad, mi curiosidad se sintió atraída por ecos de  cánticos y silbatos. Ante el consistorio tenía lugar una sentada protagonizada por personas discapacitadas –término que usaban en las letras de sus eslóganes reivindicativos —. Frente a ellas un cordón policial protegía la entrada al edificio municipal. El motivo, creí entender, era el cierre de uno de sus centros de formación o de reunión por impago del ayuntamiento. Desconozco la situación, las razones y los pormenores para tomar posición en uno u otro sentido, pero sí, en aquellos momentos, sin duda guiado por la simpatía que nos produce la parte débil, la víctima, mi ola de solidaridad se dirigía hacía ellos. Abandoné el lugar cuando con sus cánticos invitaban a unirse a los que pasivamente mirábamos. No me uní por temor, por rechazo a convertirme en manifestante profesional, por las dudas sobre la eficacia de esas acciones… No, quizá fuera por vergüenza o tal vez por desconocer el trasfondo del asunto: apoyar incondicionalmente al débil no me resulta, sin duda, una postura ética. Sin embargo, me alejé caminando con mi  conciencia teñida de insolidaridad, y sentí la necesidad de lavarla de algún modo. El propósito de excusarme por mi inacción me llevó —sin otra pretensión que congraciarme conmigo mismo— a escribir este breve artículo de opinión desde la óptica de un ciudadano de escasa relevancia sobre estos tiempos difíciles.

 

            Ríos de tinta inundan a diario las hojas y espacios virtuales de periódicos, semanarios y revistas sobre sucesos aislados que acucian a los habitantes de este planeta llamado Tierra. Rara vez están redactados con un enfoque crítico, imparcial y práctico de los problemas. Rara vez se comentan las causas reales que los produjeron y apuntan ideas para su solución —hablo exclusivamente de medios de comunicación alineados, financiados o subvencionados por los grupos que directa o indirectamente ostentan el poder—. No, quizá su misión consista en dar noticias que dejan de ser noticia para convertirse en noticia de la noticia, subnoticia, subsubnoticia… y así sucesivamente, contando hechos aislados, detalles insignificantes que hacen perder la perspectiva de la realidad, sirviendo de este modo a intereses espurios mediante el efecto narcotizante de la atomización. De este modo, constituyéndose en portavoces de los regidores, contribuyen a la desorientación de una realidad mucho más simple, aunque los próceres se desgañiten con sus palabras gruesas y discursos vacuos anunciándonos consecuencias apocalípticas —sin duda con el ánimo de anestesiarnos e infundirnos temor y parálisis—. No —niego de nuevo—, su misión es sustentar al poder establecido y, por añadidura, la de generar ingresos vertiendo opiniones, a veces tratadas con frivolidad para no matar la gallina de los huevos de oro —mientras dure el mal, si éste es controlado, seguirán teniendo algo que contar y algo que vender—; difícilmente se cuestionarán la calidad de las noticias, mucho menos el virtuosismo de la información que generan con el objetivo de contribuir, como formadores de opinión, a la mayoría de edad, a la madurez de la masa denominada soberana —sencillamente un sarcasmo—. Que esa masa soberana tome conciencia de la verdadera situación por la que atraviesa, manipulada y vejada por políticas aviesas, a su vez gobernadas por los poderes financieros y económicos (léase agencias, fondos de inversión, banca, oligopolios… los verdaderos y auténticos directores de esa orquesta desafinada) y, por supuesto, contando con la bendición timorata de los poderes espirituales, que tratan de alcanzar la salvación eterna mediante alguna plática no excesivamente hiriente dedicada a los más desalmados.

 

                Pero no quiero desviarme del asunto haciendo perder la perspectiva al sufrido lector. La prensa —oficialista o no—, física o virtual, escrita, radiada o televisada no es la culpable de los males del mundo, afirmo simplemente que puede resultar la cooperadora necesaria para que, con su gigantesco megáfono, contribuya a la confusión de los habitantes del planeta, al caos en sus ofuscadas mentes e indirectamente al desabastecimiento de sus estómagos hambrientos.

 

                Bajemos unos peldaños de esa nube oscura que sobrevuela nuestras cabezas para observar más de cerca la realidad. La masa –denostada u olvidada incomprensiblemente por algunos intelectuales— sale a la calle, protesta y exige; los gobernantes miran para otro lado y, a su vez, se quejan amargamente de estos hechos, se sienten en peligro y vociferan y dicen que estas cosas se resuelven en las urnas —lo propio de una democracia—. Y terminan sus discursos hablando de cumplir y hacer cumplir la legalidad con medios nada acordes con lo que propugnan, métodos nada razonables; es decir, a porrazos.

                Cuando las quejas se prolongan cierto tiempo, los auténticos poderosos —los que están detrás de los que se exhiben, esos que tienen por ocupación dar mítines— sienten un ligerísimo temblor, como el producido por una suave brisa en un amanecer estival, y sonríen. Pero si las cosas van mal, si ese ligero temblor amenaza con subir grados hasta el espasmo, hacen pequeñas concesiones, concesiones a la galería para tranquilizar a la masa mientras la sonrisa va desapareciendo de sus cínicos labios.

 

               Y así estamos.

               Inexplicables guerras desde la perspectiva humanitaria —si es que algún hecho bélico con cualquier otra perspectiva fuese explicable—, sobreexplotación de recursos naturales, corrupción, manipulación, pederastia, desahucios, pérdida de derechos ciudadanos, mercantilización de los valores sociales —economía hiperglobalizada—, bipolarización de clases —ricos muy ricos y pobres muy pobres—, vidas embargadas, miseria, ausencia de principios éticos elementales propiciada por aquellos que deberían ser referentes de la moralidad.

              ¿Es éste un  retrato pesimista de la Humanidad?

              El individuo no es considerado por sí mismo, sino como parte de la masa necesaria (agente de producción y consumo), manipulable (publicidad inmoral) y anestesiado por programas de televisión basura, competiciones deportivas, fútbol e hipereventos absurdos que contribuyen eficazmente al sustento hipnotizante del orden establecido y la dirección convenida en beneficio de minorías.

 

              Antes o después —las calles, las plazas públicas del planeta ya se abarrotan de ciudadanos hartos, que dicen “hasta aquí”—, los poderosos y regidores del orbe deberán corregir para salvaguardar sus propios intereses, actuar en la dirección contraria. Siempre ha sido así y seguramente lo seguirá siendo. No es que diga o crea que antes el mundo fue mejor —no, no es cierto: los anales de la Historia están repletos de hechos deleznables.

            Inevitablemente nos encaminamos hacia un nuevo orden mundial, social y económico, donde ambos órdenes no estén disociados, donde imperen unos elementales principios éticos y humanitarios cuya infracción sea perseguida y castigada sin paliativo. En suma, la búsqueda de un nuevo punto de equilibrio.

                Los poderes fácticos, antes o después, por su propia supervivencia, tendrán que replegarse y ceder cuando tomen conciencia de que no pueden contener a la manada.

                                                                                                                                                                                              Marzo 2012

 

              T.H.Merino ha publicado recientemente la novela “Vuelo errático de mariposa” y el libro de relatos “Algo que contar”.

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